miércoles, 21 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 36

Sonó el teléfono y contestó:

–Paula Chaves.

–Hola –oyó que la saludaba una voz masculina que no esperaba volver a oír–. ¿Puedes ir a la casa de adobe con la llave? Tengo que descargar un camión lleno de herramientas y tejas.


Incluso con los brazos en jarra y mirándolo pasmada, Pedro encontraba a Paula irritantemente atractiva.

–Gracias –dijo, dedicándole una amplia sonrisa al pasar con el camión a su lado.Se concentró en estacionar el camión lo más cerca posible de la casa, apagó el motor y bajó de un salto.

–¿Qué haces aquí? –preguntó ella.

–Voy a empezar por el tejado. He ido al pueblo y he encontrado material.

–Te habías marchado –dijo ella.

–No. Solo había ido a pedir los permisos correspondientes y a comprar material –dijo él, dedicándole otra luminosa sonrisa.

–Pensaba que habías cambiado de idea y te habías ido –repitió ella.

Pedro se lo había planteado durante la noche, que había pasado en vela, inquieto, recorriendo la casa y nadando para ver si se le pasaba la frustración. Tenía todo el trabajo que quería y acercarse a ver el de Alejandra había significado reajustar su calendario. Pero había decidido hacerlo aunque no había tenido la oportunidad de decírselo a Alejandra porque estaba ilocalizable. Si se había quedado, era por la expresión que había visto en el rostro de Paula el día anterior mientras recorrían la casa, una mezcla de nostalgia, felicidad y tristeza se había alternado en su rostro mientras miraba por la ventana o acariciaba las paredes. Durante la noche había bajado al salón a estudiar las fotografías familiares, entre las que había muchas de Paula: jugando en la piscina, riendo a carcajadas; abrazada a dos niños idénticos en el patio, con Apolo; de niña con el que debía de ser su hermano mayor; con Delfina y otra niña que debía de ser hermana de los gemelos. Paula, del brazo de un hombre joven, que debía de ser su marido, ambos con una sonrisa resplandeciente. Le sorprendió que la conservara, además de otra el día de su boda, porque él no había podido volver a mirar ninguna fotografía de Aldana. Las fotografías y pensar en Paula en la casa de adobe le habían hecho quedarse. Quería restaurar la casa para ella. Y además, él no acostumbraba a darse por vencido.  Si Paula creía que podía tomar una decisión que los hacía a ambos desgraciados, estaba equivocada. Él se iría cuando supiera que podía olvidarla, y ese momento llegaría. Porque tal y como le había dicho, el amor era una elección, y él no pensaba volver a elegir a nadie. Pero eso no significaba que no pudieran pasarlo bien. Empezó a descargar las tejas.

–Podrías ayudarme –dijo, mirándola de soslayo.

Paula no se movió de donde estaba. Hasta que Pedro oyó unas pisadas a su espalda y le oyó decir:

–Diez minutos. Después tengo que volver a trabajar.

Paula miró a Pedro mientras dejaba unas tejas junto a la casa. Estaba aturdida, en estado de pánico, turbada y exultante, al mismo tiempo que intentaba no sentir nada de todo eso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario