viernes, 11 de agosto de 2023

Traición: Capítulo 6

La luz de unos faros la despertó, iluminando el dormitorio. Repentinamente alerta a cada sonido, Paula volvió la cabeza para mirar la hora que marcaba el reloj de la mesilla: Las dos y treinta y cinco. El lado derecho de la cama estaba vacío, las sábanas sin arrugar. Era Martín, que a esas horas volvía a casa. «¿Qué le ha sucedido a mi vida?», se preguntó aturdida. «Lo he intentado, Dios sabe que lo he intentado, pero nuestro matrimonio estaba condenado desde el principio». Las mentiras y el desengaño. Las heridas que se profundizarían sin sanar. Incluso entonces todavía quería a Martín, aunque nunca lo hubiera amado. Y durante todo ese tiempo él lo había sabido. Las luces no derivaron hacia el garaje, como había esperado ella. Pero de pronto se dió cuenta de que el motor del coche sonaba distinto. El sonido cesó cuando el vehículo se detuvo frente a la puerta principal, y se incorporó con rapidez. Martín llevaba algún tiempo bebiendo demasiado... ¿Habría sufrido un accidente? Se puso la bata azul marino, se calzó las zapatillas y corrió al balcón. Un coche de policía se hallaba aparcado en el sendero de entrada, con las luces de alarma puestas. Se giró en redondo, con las piernas temblando. ¿Había algo más aterrador que ver un coche de policía a la puerta de casa a esas horas de la madrugada? Eso solamente podía significar problemas. En su carrera por el pasillo y las escaleras, se detuvo un instante para cerrar la puerta de la habitación de Olivia, cuidando de que nada interrumpiera el sueño de su hijita. En cuanto a su padre,  sabía que estaría durmiendo profundamente. Desde que sufrió el ataque de apoplejía, se había estado medicando mucho. Ya casi había terminado de bajar las escaleras cuando llamaron al timbre.


—¡Paula! Siento mucho molestarte —era Franco Harris, el jefe de la policía local, acompañado del agente Antonio Powell—. ¿Podemos entrar?


—¿Qué es lo que pasa, Franco? —inquirió con voz tensa y preocupada, después de invitarlos a pasar al vestíbulo—. ¿Se trata de Martín? —podía verlo en sus ojos.


—Que no se desmaye —pronunció en ese momento Antonio Powell, avanzando un paso como dispuesto a sujetarla.


Lo siguiente que recordó fue que los tres estaban en el salón, y que Franco la sostenía con cuidado.


—Lo siento tanto, Paula... —su voz era profunda, amable. La sentó en una silla—. Ha sido un accidente. El coche de Martín se salió de la carretera del río. Chocó contra un árbol.


—¡Oh, Dios, no! —se agarró la cabeza con las manos, estremecida. No, Martín no. La vida daba otro trágico giro.


—Lo siento —repitió Harris, recordando que restaba otra mala noticia que darle. Martín White no había estado solo. Su acompañante, Cinthia Carlin, también había fallecido. 


La había reconocido al instante por su larga melena rubia. Los conocía a todos; los conocía desde que eran niños: a Paula, a Martín, a Cinthia, al chico inmigrante, Pedro Alfonso, que había abandonado el pueblo... Expulsado por Miguel Chaves. Habían pasado siete años desde entonces, pero Harris aún lamentaba su marcha. Alfonso se había convertido en un genio de los negocios, y Paula se había casado con el hombre equivocado. Miguel Chaves, rico y arrogante, el supremo manipulador, había perdido la mayor parte de su fortuna y también su salud, antaño tan robusta. Y ahora fallecía su yerno, el marido de Paula, el padre de la pequeña Olivia. La legendaria Bellemont Farm se había convertido en un lugar triste y deprimente.

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