lunes, 28 de agosto de 2023

Traición: Capítulo 38

 —¡Oh, sí! El señor Schroeder lo sabe todo sobre uvas y vinos. Lucas, su hijo, ahora tiene que trabajar para el ayuntamiento, cuando debería estar haciendo vino. Eso es lo que decía mamá. Sé que a mamá no le gustó nada que perdieran sus empleos en Bellemont.


—Déjame eso a mí —le sonrió Pedro.


—Sabía que los ayudarías.


Teresa, la mujer que se había quedado en la casa a cargo de Olivia, volvió con una bandeja, que dejó sobre la mesa del salón. Además del café, le había preparado un vaso de chocolate a la niña, junto con un plato de galletas caseras. Teresa, como buena cocinera que era, las había hecho para Paula. 


—Vaya, esto es como si estuviéramos en una fiesta —comentó Olivia, riendo—. ¿Tú no vas a tomar nada, Teresa?


—No, gracias, cariño —le sonrió, cariñosa—. Esperaré a que venga tu mamá, y después me iré.


Paula estacionó frente a la entrada poco tiempo después. Se le aceleró el corazón al reconocer el coche de Pedro. Así que se había presentado en su casa. Cuando aseguraba que pretendía hacer algo, no dudaba en realizarlo. Como vengarse de ella y de su padre. Salió apresurada del coche, cerrando de un portazo. Una furia salvaje corría por sus venas. Y no solo furia, sino también frustración. Vió a Olivia en la puerta; Teresa estaba detrás. Su hija irradiaba alegría, deseosa de anunciarle a su madre la buena noticia.


—Mamá, el señor Alfonso está aquí. Ha venido para saber cómo está el abuelo. ¿Se encuentra mejor?


—Está en cuidados intensivos, cariño. Allí lo cuidan muy bien, pero no ha habido ningún cambio en su estado.


Aunque Paula se esforzaba por conservar la compostura, su ansiedad no le pasó desapercibida a Teresa. Pensó que tal vez deseaba mantener una conversación seria e importante con el recién llegado.


—¿Hay algo más que pueda hacer por tí, Paula? Me gustaría llevarme a Olivia a casa mientras tú hablas con tu amigo.


De pronto Pedro apareció en el vestíbulo, y la saludó con voz grave:


—Hola, Paula, tenía que venir.


Olivia se abrazó entonces a las piernas de su madre, asustada.


—El abuelo se encuentra bien, ¿Verdad?


¿Qué podía decirle? ¿Que no tenía ninguna posibilidad?


—Tenemos que rezar por él —le respondió, suavizándose su expresión al mirarla—. ¿Te importaría irte con Teresa durante unos minutos, cariño, mientras yo hablo con el señor Alfonso? — conservó un tono calmo, a pesar del nerviosismo que sentía.

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