miércoles, 9 de agosto de 2023

Traición: Capítulo 4

River Road. Un fantástico lugar con viejísimos árboles que daban sombra a las cristalinas aguas del río Ashbury. A todos los jóvenes del pueblo los encantaba bañarse allí, adonde acudían en grupos. Pero Paula y Pedro preferían ir solos, e incluso tenían su rincón secreto favorito, el cruce de Jacarandá, una charca muy profunda en la que nadaban como peces. Solían ir en bicicleta, bordeando primero el río y descendiendo después por el estrecho sendero que llevaba a su privada laguna de jade.


—¡Qué calor! —exclamo Paula mientras bajaba apresurada de su bicicleta—, ¡Qué ganas de darme un chapuzón! —empezó a quitarse su uniforme de la escuela hasta que se quedó en traje de baño. 


Alta para su edad, tenía unas piernas largas y bien torneadas, y sus pequeños senos destacaban ya bajo la fina tela azul. Pedro la había visto hacer eso muchas veces antes, pero de repente sintió una violenta punzada de deseo.


—Venga. ¿Por qué sigues ahí? —se volvió para mirarlo, riendo.


Pedro permanecía de pie, sin moverse, mirándola fijamente, incapaz de articular una sola palabra.


—¡Hey, tonto! ¿Se puede saber qué es lo que estás mirando ahí quieto, como un pasmarote?


¿Cómo podía dejar de hacerlo, cuando se estaba ahogando en la contemplación de su belleza? Por primera vez comprendió lo que significaba quedar hipnotizado por una mujer. Pero no era una mujer; era una chica de trece años. Una pequeña virgen. La princesa de su padre. Finalmente se desnudó para zambullirse en el agua, agradecido de que su frialdad aplacara el ardor de su cuerpo adolescente. Paula era una llama. Él lo sabía. Y sabía que podía arder ante su contacto. Poco después salieron de la charca, a la ribera arenosa.


—Ha sido maravilloso. Justo lo que necesitaba —comentó Paula secándose rápidamente antes de pasarle la toalla, porque Pedro siempre se olvidaba de la suya.


No fue de sorprender que no replicara nada a su comentario. Sabía que, después de aquello, nada volvería a ser lo mismo. Había estallado una tensión. La tensión sexual. No podía refrenar sus sentimientos. Se había enamorado.


—¿Pedro?


—Nunca más volveremos aquí. Al menos solos —las palabras brotaron de sus labios en un espontáneo torrente. La decisión ya estaba tomada.


—Oh, Pedro, este es nuestro lugar —protestó Paula—. No quiero juntarme con los demás.


—Tu padre no querrá que vengamos aquí solos —insistió él.


—¡Desde luego! —se echó a reír—. Nos mataría si se enterase.


—Entonces sabes lo que quiero decir, Pau.


Pedro la recordaba de pie en la arena, perfectamente inmóvil, frágil como una ninfa de las aguas.


—Con nadie estaría más segura que contigo —las lágrimas inundaron de repente sus ojos de color azul oscuro.


—Sí, es cierto, pero yo no quiero hacer nada que pueda perjudicarte. Eres una niña.


—Y tú también —lo miró furiosa.


—No, yo no. Nunca he sido un niño como tú y tus amigos. En cierto sentido, eres como ellos.


—¡Ni hablar! Yo soy diferente —se acercó a él, ruborizada.


—Pero tú no ves lo que yo —replicó Pedro—. No sientes lo que yo.

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