viernes, 18 de agosto de 2023

Traición: Capítulo 24

En aquel momento Pedro era consciente de que producir allí vinos de tan alta calidad suponía un ambicioso desafío. Al paso que se concentraba en los viñedos, convertiría las cuadras en una escuela de equitación, donde se impartirían clases a los niños y niñas de la zona. Y no solo a los ricos, sino a todos los niños que amasen los caballos. No le resultaría muy difícil encontrar a la persona adecuada que regentase la escuela. Inevitablemente pensó en Paula. Era una excepcional amazona que tenía verdadera pasión por los caballos. Recordó las ocasiones en que habían montado juntos, galopando por todas partes, subiendo las colinas, descendiendo hasta el río... Él mismo tenía que agradecerle a Paula las lecciones de equitación que le había dado, a pesar de la oposición de Miguel Chaves. Allí, en Bellemont, había sido un chico inmigrante, despreciado por su pobreza. Pero estaban en Australia. Cualquiera, a base de esfuerzo, podía ascender hasta la cima.


Después del mediodía fue en coche hasta el pueblo, y estacionó frente a la escuela de primaria. Muchos más coches estaban empezando a llegar, mientras las madres se disponían a recoger a sus hijos. No vio por ninguna parte el Rolls familiar que había visto conducir a Paula el día anterior. Quizá tuviera un vehículo propio, que Pedro no pudiera reconocer... Casi la echó de menos entre la multitud. Los niños comenzaban a salir de sus clases, corriendo hacia la salida donde los estaban esperando sus madres. Esos eran los más pequeños; los mayores saldrían más tarde. Sin salir de su coche, lo observaba todo con curiosidad. Los críos llevaban gorras para protegerse del sol. La niñas también iban uniformadas. De pronto distinguió a Paula. Caminaba rápido, llevando a su hija de la mano y lanzando temerosas miradas a su alrededor.


—Maldita seas, Paula —pronunció Pedro para sí.


Evidentemente se estaba esforzando mucho para evitar que él vieraa su hija. ¿Por qué? De pronto sintió una opresión en el pecho, y tardó en recuperarse. Conocía la edad de la niña. Conocía su nombre. Sabía que Paula lo había traicionado para casarse con Martín White poco tiempo después. No dejaría que se escapara. Abrió la puerta del coche, ajeno al interés que suscitó su aparición. Todas las conversaciones cesaron de pronto. Todas las cabezas se volvieron hacia él. Tomó a Paula de la mano justo cuando se disponía a abrir la puerta de su pequeño utilitario blanco, hablando con tono suave y sonriendo para no alarmar a la niña:


—¡Paula! Qué alegría verte de nuevo.

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