miércoles, 23 de agosto de 2023

Traición: Capítulo 32

En el momento en que Adriana irrumpió en su despacho, sonriendo, seguida de una ruborizada Diana que se deshacía en disculpas por no haberle impedido el paso, Pedro todavía sostenía en las manos el documento fundamental. Rápidamente lo hizo a un lado, cubriéndolo con otros papeles.


—Gracias, Diana —le sonrió, tranquilizándola.


—Necesito verte, Pedro —le dijo Adriana—. Seguro que Diana te protege mejor que el servicio secreto a su presidente.


—Es mi trabajo —repuso Diana.


Mientras la secretaria se retiraba, Adriana se acercó a Pedro y lo besó en la mejilla.


—Llevas una semana sin llamarme —se quejó, haciendo un mohín.


—He estado terriblemente ocupado, Adriana.


—No hace falta que me lo digas —suspiró—. Te conozco —le acarició el cabello—. ¿Podemos comer juntos?


—¿Por qué no? —se dijo que habría sido cruel rechazarla, pero también lo sería esconderle lo que se proponía hacer con su vida.


Sabía que eso le dolería mucho. No podía menos que lamentarlo, pero también era cierto que había tenido mucho cuidado en no hacerle a Adriana promesa alguna.


—¡Estupendo! —el rostro de Adriana se iluminó de alivio y deleite—. Me alegro tanto de haber venido en este momento, y ello a pesar de los intentos de Diana por ahuyentarme.


—No lo interpretes así. Diana conoce mejor que yo mi agenda de trabajo. Confío plenamente en ella.


—No lo dudo, cariño.


—Por cierto, debo decirle algunas cosas —recordó de pronto Pedro—. Toma asiento, Adriana. No tardaré.


Adriana lo observó salir del despacho en busca de su secretaria. Pensó en el aspecto tan maravilloso que ofrecía, tan alto, tan ancho de hombros, con aquella elegancia natural... La encantaban sus trajes caros, sus finas camisas, sus corbatas de seda. Tenía el cuerpo de un atleta, y desnudo... Era un milagro de gracia y poder masculinos. Inadvertidamente, posó la mirada en los papeles de su escritorio. ¡Qué extraordinario! Se inclinó rápidamente hacia delante para estudiar un documento que estaba medio oculto por otros: había reconocido el nombre de un laboratorio, con el sello de confidencial. Era una prueba de ADN. De alguna forma intuyó que aquel papel significaba problemas. Una vez que había empezado, ya no podía detenerse. Leyó el documento desde el principio hasta el final, con el corazón encogido. No podía perder a Pedro. Ya no. Eso le resultaría insoportable. Nunca encontraría a nadie como él. Tan guapo, tan brillante, tan rico. Nadie podría hacerle sombra. Y Pedro Alfonso tenía una hija. Adriana adivinó sin la menor vacilación la identidad de la madre.

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