miércoles, 23 de agosto de 2023

Traición: Capítulo 31

 —Basta con una sola vez —replicó con tono cortante, deslizando los dedos por la curva de su mejilla y bajando luego por su largo y fino cuello—. Te deseo —le confesó sin poder evitarlo—. No puedo recordar un solo momento en que no te haya deseado.


—¿Por eso buscabas consuelo en otras mujeres? —le preguntó ella, incapaz de disimular su amargura.


—Un consuelo pasajero, Paula. Nunca una pasión como la que nos consumió a los dos —le acarició la mejilla con el pulgar—. ¿Cómo puede el amor convivir con el odio?


—¿Tú me odias?


—Lo que me has hecho merecería que te odiara —murmuró, dolido—. Lo eras todo para mí, y me abandonaste por Martín White. Que Dios se apiade de su alma.


—Yo amaba a Martín —replicó Paula, negándose a reconocer la cruda verdad.


—Amabas el dinero, la posición, tu status en el distrito —la corrigió—. Amabas Bellemont, lo querías más que cualquier otra cosa. Tu padre te habría desheredado si te hubieras escapado conmigo.


—Nada se gana volviendo una y otra vez al pasado —repuso tristemente ella.


—El pasado nos acompaña siempre, Paula —intentó apartarse de ella, pero no fue capaz. 


El deseo se extendía abrumador por su pecho, forcejeando como un animal desesperado por salir de su encierro. La fina camisa que llevaba dejaba ver la turgencia de sus senos, como rosas cremosas. Se había dado cuenta de que no llevaba sujetador. Se imaginó deslizando una mano por aquella abertura en sombras, acunando voluptuosamente sus senos, acariciando delicadamente sus pezones... Y recordó. Paula desnuda bajo su cuerpo, con sus preciosos miembros bañados por la luz de la luna. Afuera murmuraban suavemente las hojas del árbol del caucho, acariciadas por la leve brisa. A través de las puertas del balcón, podían verse retazos de cielo tachonados de estrellas. El aroma de Paula mientras yacían abrazados, saciados y felices como una visión del cielo. Ella no lo rechazaba.  Lo amaba. Lo había amado cuando era niño, y lo amaba como hombre. Aquella había sido la primera vez para los dos. Había sembrado su semilla en aquel glorioso ritual de amor.



No le llevó mucho tiempo conseguir los resultados de la prueba de ADN. Eso había constituido una prueba irrefutable, aunque había sabido en lo más profundo de su corazón y de su alma que Olivia era hija suya. Aquella encantadora niña era fruto de aquella única noche en que Paula y Pedro se habían rendido a una abrumadora e incontenible pasión. Y se le partía el corazón al pensar que ella había permitido que Martín White usurpara su lugar, y educara a su hija como si fuera suya. Suzannah tenía muchas cosas de las que responder. Con los resultados de la prueba encima de su escritorio, estaba convencido de que no podría perdonarla. Los primeros seis años de la vida de Olivia perdidos para siempre. Seis años por los que suspiraría durante el resto de su vida. Se había marchado de Ashbury después de advertirle a Paula que regresaría una vez que consiguiera la prueba que necesitaba. La prueba de su paternidad. Armado con ese convencimiento, no dudaba que sus vidas sufrirían profundos cambios. En esa ocasión sabía que no perdería aquella batalla.

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