miércoles, 16 de agosto de 2023

Traición: Capítulo 16

Un largo sendero bordeado de árboles ascendía hasta la mansión, con hermosas vistas de las laderas salpicadas de viñedos y del arroyo que atravesaba toda la propiedad. Paula se preguntó qué haría el nuevo propietario con aquella extensión de terreno. ¿Volver a abrir los establos, poner nuevamente en funcionamiento los antiguos viñedos? Todo había caído en tal abandono... No alcanzaba a entender por qué su padre había puesto a Martín al mando de la finca. Martín nunca había tenido cabeza para los negocios. Jamás le habían gustado especialmente los caballos, por ejemplo. Pero Martín había sido uno de ellos, miembro de una de las antiguas familias del distrito. Miguel, hombre astuto como era, había transigido con eso. Para su propio perjuicio. La mansión se elevaba frente a ella. Coronando la colina, era un antiguo caserón de estilo colonial, con paredes de ladrillo rosado y columnatas blancas sosteniendo el amplio balcón de la fachada. Había otros edificios a los lados y detrás, pero la gran casa semejaba una joya arrojada a un oasis de Jacarandás. Cerca de ella, el sendero continuaba para rodear una espectacular fuente de piedra, que su padre había adquirido y trasladado desde Italia. Detuvo el coche a unos pasos de los escalones de la entrada, sorprendida al ver que la puerta estaba abierta, con las luces encendidas. Quizá la agente inmobiliaria que representaba a la familia estuviera allí, aunque no había señal alguna de su coche. ¿Habría estacionado en la parte de atrás?


—Carla, ¿Estás ahí? —llamó a la agente por su nombre, desde la puerta.


Reinaba un absoluto silencio. Fue en ese momento cuando se dió cuenta de que había unas llaves en la cerradura. Al menos no se trataba de un ladrón, aunque los robos eran algo infrecuente en el distrito.


—¿Carla? —entró en el vestíbulo, echó un vistazo a la gran escalera central y pasó luego al salón.


 Si se trataba realmente de Carla, ¿Qué podía estar haciendo allí? ¿Curiosear en la casa? El enorme salón dominado por las dos simétricas chimeneas de mármol blanco, bajo sendos espejos de estilo georgiano, estaba vacío. Todo aquel rico mobiliario había sido vendido junto con la mansión, además de la mayor parte de los bronces y pinturas. En la casa de campo, por otro lado, no habrían podido guardar tantas maravillas.


—¿Paula? —llamó una voz detrás de ella, sobresaltándola.


—¡Dios mío, Pedro! —exclamó, pálida—. ¿Cómo es posible que estés aquí?


Al principio no lo comprendió, pero de pronto contuvo el aliento al evocar un recuerdo. Cuando tuvo que marcharse de la población, Pedro habló de venganza. «Volveré, señor Chaves», recordaba que le había dicho a su padre, mientras Franco Harris lo introducía en el coche de policía, «volveré y ese será un día fatídico para usted». Paula sintió un escalofrío.


—¡Claro! La compraste tú, ¿Verdad? ¿Eres el nuevo propietario? —sabía que su suposición era acertada.


—Sí.


—¿Por qué no nos lo dijiste?


—Porque no quería que lo supieran —replicó con un frío tono burlón—. Creo que es obvio.

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