miércoles, 30 de agosto de 2023

Traición: Capítulo 45

 —¿Entonces qué tal este mismo fin de semana? —le preguntó él—. Mañana es martes. ¿Tendrás tiempo suficiente? Quiero que tú lo organices todo. Y espero que contrates a gente para que te ayude con la comida y todo eso. Y también me gustaría que se divirtiera Olivia; podría llevar a sus amigas a casa, hacer una pequeña fiesta...Y que acuda la gente del distrito.


—Seguro que podré encargarme de todo —afirmó, encantada con la idea.


—Sé que lo harás —repuso con voz suave—. Aún recuerdo tu aureola de autoridad cuando solo tenías ocho años. Tu seguridad, como si fueras una princesa... Realmente lograste intimidarme. Como por ensalmo, desaparecieron los años transcurridos desde entonces y empezaron a revivir aquellos recuerdos.


—¿No te dije que tú también me intimidaste? —repuso, inconsciente de la tierna dulzura de su tono—. Tu aspecto, tu manera de moverte, de hablar con ese acento extranjero. Qué guapo eras, como un dios llegado de otro planeta. No eras como los otros niños que conocía. Hasta hoy nunca he conocido a nadie como tú. Creo que, incluso de niño, lograbas poner a mi padre en guardia.


—Tardó años en prohibirme que te viera.


—Al final te pidió que lo perdonaras, Pedro. Tuvo que cargar con eso en la conciencia —le dijo ella con tono suave, y prefirió cambiar de tema—: Tendrás que decirme el número de los invitados, cuántos hombres y cuántas mujeres... —pensó de inmediato en la mujer llamada Adriana, que acompañó a Pedro durante el funeral de Martín. Él todavía no le había dicho quién había enviado aquel anónimo a su padre, pero tenía la sensación de que ella lo sabía...


—La única mujer que consigue acelerarme el corazón eres tú, Paula —le comentó, tomándola por sorpresa—. ¿Qué es lo que llevas ahora? Dímelo.


«Seducción por teléfono», pensó Paula. Bajó la mirada a su camisón amarillo pálido, y un estremecimiento recorrió todo su cuerpo.


—Un pijama de algodón —mintió, bromista.


—Ya —Pedro se echó a reír—. Ni siquiera llevabas pijama cuando eras niña. No, Paula, te veo con una prenda de seda, de color claro y luminoso. Quizá rosa, o amarillo. Con finos tirantes en los hombros. No llevas nada debajo, y es casi transparente.


—Pedro... ¿Crees que alguna vez podremos amarnos como antes? —le preguntó, temerosa.


Siguió un largo silencio, denso de imágenes.


—Lo último que quiero es herir tus sentimientos —repuso él.


—¡Por el amor de Dios! —se recuperó al momento—. Yo nunca querría que lo hicieras, Nick.


—Odiar, amar, ¿Cuál es la diferencia? Hace mucho tiempo que te apoderaste para siempre de mi alma.


A Olivia le entusiasmaron los planes sugeridos por Pedro.


—¿Podré invitar a Valentina y a Camila? —se lanzó a los brazos de su madre.


—Por supuesto, cariño.


Olivia había intimado mucho con sus primas, y Paula había hablado muchas veces con la familia White, pero no podía sacudirse la sensación de que, de alguna manera, la culpaban a ella por la muerte de Martín. Suponía que era algo natural. Dios sabía qué pensarían cuando se enteraran de que Olivia no era hija de Martín...


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