lunes, 14 de agosto de 2023

Traición: Capítulo 13

Pedro recordaba haberse defendido enérgicamente, ofreciendo argumentos a Franco Harris, el jefe de policía, que durante todo el tiempo se había mantenido tenso y silencioso, como si fuera el empleado de Chaves. Finalmente, resultó obvio que sus palabras estaban cayendo en oídos sordos. Era culpable. Incluso Paula ya no se atrevió a contradecir nuevamente a su padre. Ella cedió. Y Pedro también. Según la acusación, había robado porque tanto su madre como él se encontraban en una situación económica muy precaria. Y por el bien de su madre, tendría que abandonar inmediatamente el pueblo. Ya entonces lo había sabido todo sobre la justicia. Contaba con la experiencia de sus padres como ejemplo. La justicia estaba siempre en manos de los poderosos. Miguel Chaves era el hombre más poderoso e influyente de la población, cientos de cuyos habitantes dependían de él para su supervivencia. Paula había intentado hablar con Pedro el mismo día que se marchó, para suplicarle que se encontrara con ella; pero él se había negado, furioso y resentido. En el momento culminante de la crisis, la joven a la que había amado, de la que se había enamorado, había confiado en su padre antes que en él. Lo había tomado por un vulgar ladrón. Durante las semanas siguientes Paula estuvo intentando hablar con su madre, sollozando frustrada cuando esta se negaba a facilitarle la dirección de Pedro. Aunque su madre había llegado a quererla como una hija, sus temores y ansiedades le habían impedido ponerla en contacto nuevamente con él. Poco después empezó a trabajar para Ecos Solutions, y su madre pudo ya reunirse con él. Y Paula, que tanto había amado a Pedro, acabó casándose con Martín White. Ahora le parecía absurdo, pero siempre había pensado que las posibilidades de Martín se reducían a cero. Paula le había prometido que sería «Su chica para toda la vida». Y, en aquel entonces, el pobre estúpido de Pedro se lo había creído.





—Estás muy callada, cariño. ¿Te encuentras bien?


Paula desvió la mirada de la carretera para fijarla en su pequeña hija, que iba sentada en el asiento delantero del coche. Habitualmente, cuando la llevaba al colegio, Olivia le hablaba sin parar de las clases, o de sus amigas. Esa era una de las escasas ocasiones en que las dos podían escapar de las rabietas y malos humores de Miguel Chaves. El cambio operado en el estilo de vida de la familia le había sentado especialmente mal a Miguel, añadiéndose a los efectos de su apoplejía. Actualmente vivían en una de las casas de campo que aún poseía, una pequeña y cómoda residencia cerca del río. La mayor parte de la gente se habría sentido encantada de habitarla, ya que disponía de un jardín excepcionalmente hermoso, pero Miguel no dejaba de lamentar su suerte. Los Chaves habían poseído Bellemont Farm desde los primeros tiempos de la colonia; la calidad de las lanas de Bellemont había sido legendaria, lo mismo que la de sus caballos o de sus viñedos. Por encima de todo, la mansión había desarrollado una aureola de prestigio, de leyenda incluso. Y tanta historia, ¿Para qué? ¿Para perderlo todo de un golpe?


—El abuelo es un gruñón —comentó Olivia con un suspiro, recordando cómo la había obligado a comerse todo el desayuno—. Es realmente divertido vivir en la casa de campo. Es tan pequeñita... Puedo recorrerla de un lado a otro en un minuto.


—Y es preciosa, cariño —sonrió Paula—. De momento nos acostumbraremos a ella. Y ya tendremos otra.

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