lunes, 28 de agosto de 2023

Traición: Capítulo 40

Paula se giró en redondo entre sus brazos, mirándolo furiosa:


—Creo que me juzgas mal. A mí no me ha faltado valor. ¿Tienes idea de lo que he pasado durante todos estos años?


—Te casaste con Martín —le recordó—. Ni hiciste nada por evitarlo.


—Estaba embarazada de tí, maldita sea.


—¿Y no pudiste decírmelo? Dios mío, Paula, te amaba con todo mi corazón; jamás te habría abandonado. Me habría encantado saber que llevabas una hija mía en tus entrañas. ¿Lo entiendes?


—¿Y cómo habríamos sobrevivido? Tú acababas de salir de la universidad, ¿Recuerdas?


—Siempre he sabido defenderme en la vida —le respondió Pedro con tono despreciativo—. Y mi madre nos habría ayudado; jamás nos habría negado su apoyo. ¿Es que no puedes comprender que fue un verdadero crimen privarla de su nieta?


—De acuerdo, fui una cobarde —admitió—. Debí haberle confesado a tu madre que estaba embarazada, pero me sentía terriblemente confundida. Mi padre habría enloquecido de rabia, me habría echado de casa. Y tu madre no quería volver a verme; me lo había dejado muy claro. Era por mi culpa por lo que te habían expulsado del pueblo.


—¿Qué se supone que debería haber hecho ella? —la agarró de los hombros—. Abusaste de su confianza. Lo que Martín y tu padre hicieron fue una auténtica villanía.


—Pero tú ya te has vengado...


—Aún no —la miró entrecerrando los ojos—. Puede que no sea capaz de quitarte a Olivia. La quiero demasiado para hacerle algo así. Pero tú tampoco serás capaz de separarla de mí.


—¿Qué pretendes hacer?


—Creo que ya conoces la respuesta.


—No, dímela tú.


—Dentro de seis o siete meses, porque no estoy dispuesto a esperar más tiempo... Te casarás conmigo, Paula —pronunció, presa de un fiero deseo que nada tenía que ver con el amor.


—¿Y añadir más infelicidad a mi vida? —inquirió, desesperada.


—Olivia es tan mía como tuya. Y las quiero a las dos. Oli apenas me conoce, pero ya significo algo para ella. La quiero, y deseo cuidarla y protegerla. Quiero darle todo lo que pueda ofrecerle. Devolverle Bellemont, para ella y para sus herederos.


—No puedes obligarme a hacer nada de eso —repuso Paula con una furia atemperada por el anhelo que sentía por él—. Puedes demostrar que eres el padre de Olivia, pero ningún tribunal me obligará a casarme contigo.


—Paula, no te atrevas a jugar conmigo. Tú sabes bien lo que debes hacer. ¿Seguro que no quieres que le diga a Olivia que es mi hija?


—No podría comprenderlo. Es muy pequeña...


—Lo comprendería muy bien, pero yo no se lo diré hasta que llegue el momento adecuado. Una vez que te cases conmigo.


—¿Es que pretendes castigarme durante el resto de mi vida?


—Al contrario. Pretendo cuidar bien de tí, y por supuesto de mi hija. Y también de tu padre, si sobrevive.


—Maldito seas, Pedro —musitó—. Maldito seas por haberme abandonado.


—Y maldita seas tú por haberme mentido —replicó él—. Pero el intercambio de juramentos no es un ejercicio muy cómodo, ¿Verdad? ¿Y si sellamos nuestro acuerdo con un beso?


El tono burlón de su voz no hizo sino enfurecerla aún más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario