lunes, 21 de agosto de 2023

Traición: Capítulo 28

 —¿Qué te propones hacer respecto a Alfonso? —le preguntó su padre poco después, volviendo a su arrogante comportamiento—. Permíteme que me ocupe yo de él.


—Ya he pagado las consecuencias de que tú te ocuparas de mis asuntos, padre. Voy a explicarle a Pedro el cambio de planes. Y será mejor que te mantengas al margen.


—Estoy muy decepcionado contigo, Paula. Te estás poniendo muy difícil.


Paula se dijo que debería haber adoptado esa actitud mucho tiempo atrás, pero se mordió la lengua. Esperó a Pedro en el porche, y corrió hacia la puerta de entrada tan pronto como vió las luces de su coche. Se había vestido discretamente para la velada, con una camisa de color azul marino y unos pantalones a juego que resaltaban la cremosa blancura de su piel. Mientras Pedro terminaba de estacionar el coche, ella se apresuró a abrir la puerta y se sentó a su lado.


—¿Qué es lo que pasa? —inquirió sorprendido.


—Pedro, no puedo acompañarte —lo informó con voz levemente temblorosa.


—¿No puedes o no quieres? —le preguntó él con tono sardónico.


—Mi padre no se encuentra demasiado bien como para que lo deje solo.


—Ya —rió desdeñoso—. Debería creérmelo, pero hay algo que no me cuadra. Tu padre es el viejo diablo más autoritario y manipulador que conozco. No está bien, Paula, y tú no deberías consentírselo. ¿Por qué el pobre Martín y tú no se fueron de aquí? ¿Acaso no querían vivir solos?


—No, yo no quería —contestó sin pesar. No había amado a Martin, pero tampoco había querido perder la magia de Bellemont.


Tenía los caballos, cuya sola presencia siempre le había proporcionado un enorme consuelo. Tenía sus paseos diarios por las viñas. Su pequeña hija disfrutando de aquel entorno natural, amándolo tanto como ella. Ni había podido ni podía marcharse de allí. Y Martín, por su parte, había estado demasiado pendiente de los beneficios que podía reportarle la finca, y del trabajo por el que Miguel le había pagado tan generosamente.


—¿Qué le sucedió a ese espíritu tan orgulloso que antes tenías? —se burló Pedro.


—Tengo que irme —declaró desesperada, con sus sentimientos por él tan intensos y profundos como siempre.


—¿Por qué estás tan tensa? —le preguntó, sujetándola de la muñeca.


—¿Por qué crees tú? —replicó, alterada—. Hace muy poco que perdí a mi marido. Se mató en un accidente de coche, en compañía de una amante. He perdido mi hogar, la casa en la que mi familia siempre había vivido. Mi padre sufrió una apoplejía. Y además se arruinó. ¿Y tú me preguntas por qué estoy tensa?

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