miércoles, 30 de agosto de 2023

Traición: Capítulo 42

Adriana tenía pocos conocimientos científicos. No alcanzó a prever que podría ser identificada por las huellas dactilares que había dejado en la carta. Su estudio le confirmó a Pedro que había sido ella la autora. Y así se lo dijo en su despacho.


—¿No se te ocurrió pensar que pudiste haberlo matado?


—Bueno, tenía entendido que era un tipo duro... Y no sabía que te importara tanto su estado de salud, después de lo que te hizo.


—¿Cómo sabes lo que me hizo? ¿Acaso contrataste a un investigador privado?


—Bueno, no podía averiguarlo sola —le espetó ella—. Al igual que tú, tengo un negocio que administrar.


—¿Pero qué sentido podía tener para tí?


—¿No pensarás que iba a permitirte que desaparecieras tranquilamente de mi vida, verdad? —le preguntó, incrédula.


—¿Permitirme? —repitió Pedro—. Esa es una extraña palabra. Tú no ejerces ningún control sobre mí.


—No debes volver con esa mujer, Pedro —se retorció las manos, nerviosa—. Por lo que he podido saber, ella ha sido responsable de las mayores desgracias de tu vida.


—Así que pensaste que si escribías a su padre —pronunció, intentando dominar la furia que sentía—, él podría influenciar nuevamente sobre ella. ¿Sabes? Ignoraba que te hubieras obsesionado tanto.


—Oye, Pedro, no me hables a mí de obsesiones. Tú sabes bastante de eso.


—Cometiste una auténtica crueldad al enviar esa carta a Miguel Chaves. Tal vez no muera, pero quedará atado para siempre a una silla de ruedas, con la mitad derecha del cuerpo paralizada. No ha recuperado el habla; puede que nunca lo haga. Y sabiéndolo, ¿No sientes el menor arrepentimiento?


Adriana se ruborizó hasta la raíz del cabello.


—No seas ridículo, Pedro. Yo no conozco a ese hombre.


—Y pensar que creía que tenías alguna capacidad para querer a la gente.


—Solo me importas tú —replicó, irguiéndose—. Incluso mi madre solía decirme que era tan dura como una vieja bota. Escucha, cariño, tienes que dejar de compadecerte de esa gente, concentrarte en la injusticia que cometieron contigo. Te entiendo perfectamente. Te has esforzado mucho por conseguir esa antigua mansión... ¡Bravo! Debieron de llevarse una buena sorpresa cuando lo descubrieron.


—Supongo que sí. Pero yo nunca le habría enviado a Miguel Chaves un anónimo semejante. No cuando se encontraba tan mal de salud. Has destrozado nuestra amistad, Adriana —se levantó, disgustado.


—¿Tienes idea de lo mucho que te amo? —le preguntó ella, levantándose a su vez y agarrándolo de las solapas de la chaqueta.


—Si perdiera mi empresa, Adriana, creo que también perdería tu amor.


—Pero a tí no te va a pasar eso. Eres demasiado inteligente. No, Pedro, tú tienes un brillante futuro. Eso si no te destruyes a ti mismo volviendo con esa mujer. Dios sabe que ya hizo bastante desgraciado a su marido.


—Adriana, estoy consternado por tu comportamiento. Será mejor que no vuelvas a interferir en mi vida.


—Volverás conmigo —insistió sin inmutarse—. Después de todo, es su casa lo que le importa a esa Paula. Bellemont. A mí también me encantaría, si hubiera nacido en un lugar semejante. Pero no he tenido esa suerte. He tenido que trabajar condenadamente duro para conseguir lo que tengo. Tu Paula se casó con un hombre al que no amaba para no tener que dejar la mansión familiar. Te rechazó porque su padre probablemente amenazó con desheredarla. Recuérdalo, Pedro. Bellemont está antes que tú.


Pedro se dijo que había un elemento de verdad en lo que Adriana le había dicho. El amor por Bellemont era algo que se transmitía de generación en generación. A partir de aquel momento, ese pensamiento jamás dejaría de acompañarlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario