viernes, 18 de agosto de 2023

Traición: Capítulo 25

 —Pedro —repuso, pálida.


—Buenas tardes —sin dejar de sonreír, Pedro se dirigió entonces a la pequeña que lo miraba con sus enormes ojos verdiazules. Unos ojos de color cambiante, como el del mar. Unos ojos que podían tornarse muy azules o muy verdes según la ropa que llevara, o la luz del día. Unos ojos como los de la madre de Pedro. Sorprendido por aquel descubrimiento, el corazón le dió un vuelco en el pecho—. Pasaba casualmente por aquí cuando te ví —le dijo a Paula, intentando hablar normalmente a pesar de su agitación interior—. ¿Por qué no me presentas a tu preciosa hija?


—¡Hola! — la niña se adelantó a saludarlo antes de que su madre pudiera pronunciar una sola palabra—. Me llamo Oli — le tendió la mano—. Mi nombre completo es Olivia, pero todo el mundo me llama Oli.


—Encantado de conocerte, Oli —tuvo que dominar desesperadamente la emoción que lo asaltó, mientras estrechaba suavemente la mano de la niña. «Mi hija. ¡Dios mío!», exclamaba en silencio.


—¿Cómo está usted? —Olivia le sonrió, feliz, pensando en lo maravillosamente guapo que era, con esos ojos tan brillantes, que parecían diamantes negros. Tenía la sensación de haberlo visto antes en alguna parte.


—Me llamo Pedro Alfonso, Olivia. Tu madre y yo éramos buenos amigos.


—¿Ah, sí? Qué bien. ¡Ah, ahora me acuerdo! —la niña miró a su madre—. Una vez ví muchas fotos suyas en las que aparecía con mamá. Mamá se había olvidado de ellas. Estaban en un álbum, escondido en un armario. Mamá me dijo que erais primos. ¿Usted también es primo mío?


—Primo lejano, querida —intervino en ese instante Paula—. Él señor Alfonso y yo no somos parientes directos.


«Pues claro que no», pensó furioso Pedro.


—Me ha alegrado mucho verte, Pedro, pero tenemos prisa.


—Quizá pueda hacerles una visita.


—¿Qué tal si tomamos mañana un café? —le sugirió ella en un momento de puro pánico, con tal de librarse de él por el momento.


—Mañana no estaré aquí —explicó Pedro, todavía abrumado por la sorpresa de haber descubierto a su hija—. Tengo que regresar a Sydney. ¿Qué tal esta noche? Podríamos cenar juntos. En un restaurante, claro —no le pasó desapercibida su inquietud, y sintió una vívida furia mezclada con un violento dolor.


—Hoy no puedo, Pedro. Tengo que quedarme en casa conOli...


—Oh, no, mamá —intervino en ese momento Olivia, tirándola de un brazo—. El abuelo podrá cuidar de mí —estaba profundamente preocupada por su madre, consciente como era de su mal disimulada tristeza. 


Sabía que le sentaría muy bien cenar con el señor Alfonso. Claramente se daba cuenta de que era un hombre muy especial. Recordaba las numerosas fotos en las que su madre, muy jovencita, aparecía siempre al lado del mismo chico alto y guapo.


—Ya sé dónde vives, Paula —pronunció Pedro en ese momento, mirándola por encima de la cabeza de la niña y expresándole con la mirada todas las cosas que no podía decirle. Ya no podía dominarse más.


Paula sintió entonces todo el impacto de su reacción. Se sentía físicamente enferma, las piernas le temblaban. Olivia miraba sonriente a Pedro, ladeando la cabeza, con una sonrisa en los labios. Era obvio que le había gustado. ¿Y por qué no? El corazón se le encogió en el pecho.

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