miércoles, 9 de agosto de 2023

Traición: Capítulo 3

Pedro siguió trabajando durante unos diez minutos hasta que finalmente se dio por vencido y tomó la revista. La isla de la Barrera de Arrecifes, un óvalo esmeralda rodeado de un anillo de pura arena blanca sobre un mar de color turquesa. Y en el centro, Bellemont Farm, el lugar que había aprendido a amar y luego a odiar. Bellemont Farm, el hogar de los Sheffield desde los tiempos de la colonia. El hogar de Miguel Chaves y de su única hija, Paula. Paula. ¿Acaso nunca se libraría de ella? Simplemente con susurrar su nombre se veía asaltado por una tormenta de furia y dolor. Paula, con su melena oscura flotando como un halo en torno a su rostro. A pesar de que era dos años menor que él, la primera vez que la vio le había parecido tan exquisita, tan pulcramente vestida, tan evidentemente mimada y privilegiada, que casi había experimentado miedo ante su presencia. Recordaba incluso haber sentido una dolorosa opresión en el pecho, hasta que enfadada por su silencio, Paula había empezado a hacer muecas y a inventarse nombres divertidos con los que llamarlo. La táctica había dado buen resultado, ya que a partir de ese momento se convirtieron en grandes amigos. Poco después ella empezó a recibir clases de idiomas y matemáticas del padre de Pedro, que había sido un académico de renombre en su país, y también lecciones de piano impartidas por su madre. Tres años después del día en que Pedro cumplió trece, su padre murió como consecuencia de una larga enfermedad pulmonar: Su madre y él quedaron entonces solos en un país extranjero, con el corazón destrozado y pasando apuros económicos. Fue así como empezó todo. Pedro se puso a trabajar... En cualquier cosa. Cortando el césped, limpiando establos, coches, haciendo labores de carpintería... Era el típico chico extranjero que parecía encargarse y saber de todo. No pasó mucho tiempo hasta que su inteligencia natural comenzó a revelarse. Superaba a sus profesores mientras rezaba a Dios pidiéndole un imposible: Que volviera su padre, que había sido su mejor maestro. Incluso Paula se había beneficiado en gran medida de haber tenido al padre de Pedro como profesor. Después de su fallecimiento, ella continuó acudiendo a su modesta casa para recibir las dos clases de piano a la semana que impartía la madre de Pedro, y el propio Pedro se ocupó de ayudarla en sus estudios. Juntos fueron al instituto de Ashbury, porque Paula se había negado a matricularse en las selectas escuelas de Sydney para no separarse de su padre.


—Y de tí también, Pedro —recordaba Pedro que le había dicho ella, mirándolo con los ojos brillantes—. No podría soportar alejarme de tí. Somos almas gemelas.


Lo mismo había pensado él en aquel entonces. Paula fue para Pedro la hermana que nunca llegó a tener. Incluso desde que eran niños siempre había existido algo especial entre ellos. Pero cuando llegaron a la adolescencia, todo se complicó terriblemente. Pedro dejó de contar con el favor de Miguel, y a la edad de dieciséis años, él mismo empezó a darse cuenta de que ya no resultaba conveniente que siguiera siendo el mejor amigo de su hija. Aquel papel estaba reservado para Martín White, perteneciente a una de las mejores familias del distrito. Rubio, de ojos azules, Martín había hecho todo lo posible por disgustar a Pedro, ocupándose de que nunca olvidara que era un «Extranjero», aunque ambos sabían que su animosidad mutua no se debía sino a su rivalidad por conseguir el amor de Paula. A la temprana edad de catorce años ella estaba rodeada de admiradores, atraídos por su belleza y por su inteligencia, así como por su condición de única hija del hombre más rico e influyente del distrito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario