lunes, 28 de agosto de 2023

Traición: Capítulo 36

Menos de una semana después, Miguel Chaves salió una mañana de casa para recoger la correspondencia. Paula, que era la que habitualmente lo hacía, había salido al pueblo para hacer unas compras, de manera que le había dejado solo hasta la una, hora a la que volvería para comer. La mayor parte de las cartas eran para su hija, pero había una para él. Esperó hasta que estuvo en el porche para leerla. Era muy corta. Decía que su querida nieta, la viva imagen de su madre, era... La hija de Pedro Alfonso. El anónimo autor de la misiva lo sabía porque había visto con sus ojos una prueba positiva de ADN. Él, Miguel Chaves, podría averiguar el resto. No sintió la terrible rabia que antaño habría experimentado. Por primera vez, se sintió horrorizado consigo mismo. Horrorizado por lo que había hecho. Su querida Paula había amado a Alfonso hasta la locura, y él le había robado su felicidad al expulsarlo de su vida. Nunca podría enmendar lo que había hecho. ¡Y Martin! El pobre y débil Martín, que se había prestado a que lo utilizaran para que, finalmente, pudiera conseguir a Paula...  Olivia, con sus enormes ojos verdiazules: a Miguel siempre le habían desconcertado aquellos ojos, él único rasgo que no había podido identificar en su familia. Ahora recordaba a la pequeña y discreta mujer que había sido la madre de Pedro Alfonso. Había intentado jugar a ser Dios. Sintió una especie de náusea física. Retrocedió tambaleando a la casa, presa de una terrible sensación, como si el cerebro se le estuviera convirtiendo por momentos en melaza. Realmente no sabía si podría volver a ver a Paula y a Olivia. Necesitaba desesperadamente purgar sus pecados.



Pedro rebasó el límite de velocidad de camino hacia Ashbury. Paula lo había llamado. Presa de un ataque de histeria, lo había acusado por pura crueldad. Su padre había sufrido otro ataque después de leer la carta. Mientras la escuchaba entre dolido y asombrado, ella le había dicho que Miguel se encontraba en la unidad de cuidados intensivos del hospital.


—¿Cómo pudiste hacerlo, Pedro? —le había gritado—. ¿Tan implacable es tu odio?


Había resultado inútil negar sus acusaciones. Él no había enviado la carta. No era su estilo. Pero Paula estaba demasiado trastornada para escucharlo. En lugar de ello, lo había advertido de que se reuniría con ella.


—¡No hay nada que tú puedas hacer! ¡Nada! Ya has hecho bastante —y le colgó el teléfono.


Pero en esa ocasión Pedro no estaba dispuesto a asumir la culpa. Alguien estaba jugando a un juego muy peligroso. Alguien, según parecía, que lo sabía todo sobre los resultados de la prueba de ADN. Se le antojaba increíble que pudiera ser alguien de su empresa, aunque todos habían podido acceder a su despacho. Confiaba hasta la muerte en Diana. Mientras barajaba nombres, pensó en Adriana, desesperadamente celosa... Había visto de todo en la vida: Furiosas emociones que hacían cambiar a las personas, que las empujaban a cometer terribles errores...

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