lunes, 28 de agosto de 2023

Traición: Capítulo 37

Cuando llegó a la casa de campo, una mujer entreabrió la puerta. Era la primera vez que Pedro la veía.


—¿Sí?


—Me gustaría hablar con la señora White. ¿Está en casa?


—Me temo que no —la mujer se interrumpió para volver la mirada cuando unos leves pasos resonaron en el vestíbulo—. Está bien, Olivia. Ya me hago cargo yo, querida.


—Pero si es el señor Alfonso —dijo la niña—. Mamá querría que entrase. Es un buen amigo nuestro.


—¿De verdad? —la mujer, una vecina que hacía relativamente poco tiempo que había llegado al pueblo, abrió del todo la puerta para que Olivia pudiera correr a saludar a Pedro.


—Olivia, ¿Cómo estás? —le sonrió, inmensamente aliviado al verla.


—Yo estoy bien, pero mamá se encuentra muy mal —susurró Olivia con tono confidencial, tomándolo cariñosamente de la mano—. ¿No quieres entrar y esperarla?


—Sí, por favor —murmuró la vecina de Paula, y se apartó para dejarlo pasar—. Ahora mismo la señora White debe de estar de camino hacia aquí, procedente del hospital —lo informó—. ¿Desea tomar algo?


Pedro la miró agradecido. No había tomado nada desde el desayuno.


—Una café estará bien, gracias. Solo.


—Voy a preparárselo —y los dejó a los dos solos en el salón.


—El abuelo se ha puesto enfermo otra vez —le confió Olivia, acercándosele—. Tuvieron que llevarlo al hospital en una ambulancia. Yo estaba en el colegio.


—Lo siento, Olivia —repuso con ternura.


—Me han dicho cosas malas en el colegio —lo informó, dolida.


—¿Qué te han dicho?


—¿Sabías tú que nosotras habíamos perdido todo nuestro dinero?


—El dinero no lo es todo en el mundo, Olivia —la tomó de la mano—. Es lo que tienes en la mente y en el corazón lo que realmente cuenta. Le gente mejor, la gente que yo más he querido, nunca ha tenido mucho dinero. Pero yo sé que a tí no te ha gustado tener que irte de Bellemont.


La niña asintió, sin hacer intento alguno de retirar la mano.


—Mamá me dijo que tú eras el dueño ahora.


—Te prometo que cuidaré bien ese lugar, con mucho cariño —le dijo con tono suave—. Y me gustaría muchísimo, Olivia, que fueras a visitarme allí. Podíamos salir a montar. Sé que tienes un poni.


—Lady —el rostro de la niña se iluminó de alegría—. ¿Conoces al señor Schroeder?


—Sí, claro. Solía hacer muchos trabajos para él.


—Está cuidando a Gypsy —lo informó Olivia—. Es la yegua de mamá, y Lady también está en su granja. Es un hombre muy bueno, y la señora Schroeder es muy cariñosa. ¿Vas a vivir en Bellemont? —lo miró, absolutamente encantada con la idea.


—No puedo vivir allí, Olivia —le respondió—. Tengo una empresa que atender en Sydney. Pero espero poder venir los fines de semana.


—Ojalá te quedes. ¿Volverás a contratar al señor Schroeder?


—¿Crees que debo hacerlo?

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