viernes, 11 de agosto de 2023

Traición: Capítulo 10

 —Nunca pude entender por qué usted no se dió cuenta de eso —replicó Pedro, irónico—. No quiero molestarlo, señor Chaves. El temor de sufrir otro ataque debe de preocuparle mucho —se volvió hacia Paula—. De nuevo te presento mis condolencias. Nadie podía imaginarse que Martín fuera a morir tan joven —dicho eso, se dirigió hacia su lujoso Mercedes.


—¿Por qué diablos ha tenido que aparecer de nuevo? —le preguntó Miguel a su hija, furioso—. ¿Has visto? Qué demonio arrogante...


—No te alteres, padre —murmuró Paula, pálida y entristecida, y lo tomó del brazo.


—¡Maldito sea! —exclamó ruborizado. Por primera vez había percibido el poder de Pedro Alfonso, y la terrible pérdida del suyo propio.


—Crecimos juntos, padre —pronunció Paula con tono nostálgico—. Pedro siempre tuvo un buen corazón. Creo que lamenta sinceramente lo de Martín.


—Bah, nunca fueron amigos.


—Todo eso tenía que ver conmigo —repuso, asumiendo la culpa de lo sucedido—. Y tú también tuviste tu parte en ello —era la primera vez que se atrevía a recordárselo.


—Todo lo que hice fue para protegerte.


Paula no pudo añadir nada, ya que las lágrimas amenazaban con ahogarla. Su padre estaba diciendo la verdad tal y como la veía él: Una verdad que a ella le había destrozado la vida. Por culpa de su padre, de su poderosa influencia y de la incuestionable fe que ella había tenido en su integridad, se vió primeramente obligada a comprometerse cada vez más con Martín. Y luego, poco tiempo después de la partida de Pedro, que la dejó mortalmente abatida, se vió obligada a casarse con él en aquella misma iglesia donde acababan de enterrarlo. Aquellos recuerdos la perseguirían toda la vida. El dolor y la amarga traición que había visto brillar en los ojos de Pedro. La agonía en los ojos de su madre. El triunfo en los de Martín y en los de su propio padre. Ellos habían ganado. A su manera, la habían mantenido prisionera mientras Pedro se marchaba junto con su madre. Se preguntaba cómo podía haber pensado, aunque solo hubiera sido por un momento, que Pedro era un ladrón. Pedro, el héroe de su infancia. ¿Cómo había consentido que su padre y Franco Harris la convencieran de que les había robado las joyas de la caja fuerte? ¿De que conocía la combinación? Pedro había estado con ella cuando guardaba sus mejores perlas. Lo veía todo. Y el dinero había sido un bien muy escaso en el hogar de los Alfonso, sobre todo después de la muerte del padre de Pedro. La señora Alfonso, una mujer debilitada por experiencias de las que no hablaba jamás, había tenido que trabajar muy duro, desempeñando tareas domésticas en casas de la localidad. Y Pedro había adorado a su madre. Y había ansiado que llegara el día en que pudiera mantenerla económicamente...


La propia angustia de Paula era permanente, profunda. Se dió cuenta de que la gente los estaba siguiendo. A continuación se sucedería el ritual de la reunión en la casa. De pronto vió alejarse el coche de Pedro, y en el asiento delantero distinguió a una mujer muy hermosa, de cabello corto de color castaño, con gafas oscuras. Por un segundo pudo percibir la intensidad de su mirada, que había estado dirigida exclusivamente a ella. ¿Sería la mujer de Pedo? De cuando en cuando había leído noticias sobre él en los periódicos, y en las fotografías lo había visto en compañía de mujeres hermosas y seductoras, pero nunca había leído una palabra acerca de que estuviera casado. Aunque eso no quería decir nada. Pedro siempre había sido una persona muy reservada. La invadió una repentina tristeza. Se había dejado vencer por una intensa presión. Por un aluvión de mentiras. Había perdido a Pedro, y se lo había merecido. Había perdido también a Martín, que no le había exigido nada más que el amor que ella no había podido darle. Olivia era su único consuelo en Bellemont. Su adorable hija, tan parecida a ella... Excepto en los ojos.

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