lunes, 7 de agosto de 2023

Loca Por Tí: Capítulo 75

 –Tú lo que eres es un delincuente, no lo olvides –le espetó Pedro–. Paula tenía hoy moratones en el cuello. Todos lo hemos visto. Si ella decide demandarte, el servicio y yo testificaremos en su favor. Puedo entender por qué querías que creyera tus mentiras, para recuperarla, pero quiero que sepas que no tengo necesidad de ir a hablar con Karen. No me hace falta porque ayer oí toda su conversación. Desde el principio, tuve claro que Paula es incapaz de abortar premeditadamente. En todo caso, podría haber sufrido un aborto natural del que no quisiera hablar por pena.


–Mira… –comenzó Marcos.


–Cállate –lo atajó Pedro–. Dentro de poco, Paula presentará la demanda de divorcio y tú no le vas a poner ningún impedimento. Por mucho que te gustaría hacerla sufrir, no lo vas a hacer porque tiene un hermano muy poderoso y me tiene a mí.



Había pasado una hora. Evidentemente, Pedro se había ido a algún sitio para estar a solas y poder pensar. Paula fue a la cocina a hablar con Marta.


–No prepares comida –le dijo al ama de llaves–. Parece que Pedro no va a venir a comer hoy, así que tú y yo nos arreglaremos con un sándwich y un café, ¿De acuerdo? Me voy a dar un paseo.


–¿Un paseo adónde? –le preguntó Marta fijándose en las marcas que tenía en el cuello.


–Al jardín –contestó Paula con tristeza.


Pedro se había retrasado porque se había quedado ayudando a los dos empleados de Kooraki encargados de descargar la avioneta. Cuando llegó a casa, Marta le dijo que la señora Paula había salido a pasear al jardín. Los jardines de aquella casa eran, más bien, un parque, pero a él le dió igual. Tenía muy claro que la encontraría. La encontraría siempre, estuviera donde estuviese. Estaba dispuesto a buscarla en los confines del mundo. Había ido hasta aquel maravilloso país para la boda de un amigo y se había encontrado a una mujer que se le había metido en el corazón desde el principio. Había encontrado a su esposa. Paula oyó pisadas sobre la grava.


–Estoy aquí, en el puente de piedra –gritó.


La suerte estaba echada. Había llegado el momento de hablar. Pedro fue hacia allí. Paula estaba de pie en mitad del puente, mirando el agua cubierta de flores. Iba a pedirle perdón por haber llegado tarde a comer cuando ella lo miró y la vió tan triste que se asustó.


–¿Qué te pasa, Paula?


–Supongo que habrás estado pensando…


–¿Pensando en qué?


Paula lo tomó de la mano y lo llevó hacia uno de los cenadores que había por el jardín y que tan agradables eran para cenar en verano, rodeados del aroma de las flores y del canto de los pájaros.


–¿Y bien? –insistió Pedro al llegar allí.


Paula se mordió el labio inferior.


–No sé por dónde empezar.


–Empieza por el principio y sigue hasta que llegues al final y, entonces, te paras –le sugirió Pedro citando a Lewis Carroll.


Paula sonrió.


–No dejas de sorprenderme.


–Pues tengo otra cita de Carroll que me encanta: «No puedo volver a ser el de ayer porque ayer era otra persona».


Paula sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.


–Es cierto… Quiero que sepas que, pase lo que pase, decidas hacer lo que decidas hacer, nunca te olvidaré…


Pedro frunció el ceño.


–¿Me estás diciendo que me vaya? –le preguntó temeroso.


–No, no, claro que no –se apresuró a aclararle Paula–. Creía que tú te querías ir, que tendrías dudas y preferirías irte, que las mentiras de Marcos te habrían hecho mella. Miente muy bien.


–¿Crees que dudo de tí? –se sorprendió Pedro–. Creí que podías haber tenido un aborto natural y que no querías hablar de ello porque recordarlo te hacía sufrir, pero el resto… ¡Jamás! Confío en tí plenamente, mi querida Paula. Confío en tí de todo corazón. De hecho, te lo entrego, es tuyo –contestó alargando sus manos hacia ella–. No me rechaces. No lo acepto –añadió preocupado.


–¿Rechazarte? ¿Estás loco? –exclamó Paula–. Te quiero, Pedro.  Eres lo mejor que me ha pasado en la vida. De no haberte conocido, jamás habría conocido el amor de verdad. No quiero que te vayas, no acepto que te vayas –contestó tomándolo de la cintura con fuerza–. Quiero que el primer embarazo que conozca mi cuerpo sea el de nuestro hijo, parte de tí. Quiero que sepas que quiero, por lo menos, cuatro hijos. Dos chicos y dos chicas, sí, creo que con eso me conformo.


Pedro la miró muy serio y se arrodilló ante ella.


–Algunos de nosotros tenemos mucha suerte en la vida porque encontramos a nuestra alma gemela–le dijo emocionado–. Yo tengo suerte porque te he encontrado a tí. Tú eres mi alma gemela, Paula. Por favor, hazme el honor de convertirte en mi esposa. Cuanto antes. Si tú no estás dispuesta a dejar tu país, lo haré yo…


Paula se inclinó hacia delante y selló los labios de su amado con un beso de gran intensidad.


–«Donde tú vayas, yo iré y, donde tú vivas, yo viviré. Tu gente será mi gente y tu Dios será mi Dios porque creo en Él ya que te trajo a mí» –citó tendiéndole las manos a Pedro para que se pusiera en pie.


Ella también se levantó. Pedro la abrazó con fuerza. Su destino estaba escrito. Ambos estaban dispuestos a aceptarlo y a encarar juntos los retos de la vida. Su amor lo podría todo.




FIN

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