lunes, 14 de agosto de 2023

Traición: Capítulo 11

Dentro del coche de Pedro, Adriana tuvo que hacer un esfuerzo para disimular el ataque de celos que acababa de sufrir:


—¿Quién era esa gente, Pedro? ¿Los conocías bien? —se quitó las gafas de sol para concentrar en él la mirada de sus ojos de color ámbar. 


Las cosas con Pedro Alfonso no iban ni la mitad de bien de lo que había esperado. Él parecía disfrutar con su compañía, pero su relación no se estaba desarrollando. Estaba desesperadamente enamorada de Pedro. Se había enamorado de él desde el momento en que lo vio por primera vez.  Era un hombre sencillamente extraordinario, pero tan complejo que incluso en aquel momento tenía la sensación de no saber nada sobre su persona. Sabía, sin embargo, que no estaba enamorado de ella, aunque se llevaban muy bien en el terreno sexual y en el social. Junto con su socia, Adriana regentaba su propia empresa de relaciones públicas, y Pedro admiraba a la gente que trabajaba duro para alcanzar el éxito. Él se tomó su tiempo para responder, consciente de la intensa curiosidad de Adriana, así como del brillo de celos que vislumbraba en sus ojos.


—Conocía a Martín White, el difunto, desde que éramos unos crios. Era de mi edad. Su viuda, Paula, era amiga mía.


—¿Paula? ¿La mujer con la que has estado hablando? — siempre había tenido la sensación de que había alguien detrás en la vida de Pedro, una figura en sombras.


—Paula Chaves.


—¿Chaves? ¿No es esa familia la dueña de ese lugar tan famoso que está por aquí...? Al principio era una granja de ganado, luego fue utilizada como picadero de lujo... Tengo el nombre en la punta de la lengua...


—Bellemont Farm.


—Sí, por supuesto. Por cierto, ¿No ha sido recientemente puesta en venta la propiedad?


—Sí —respondió con naturalidad—. Podemos rodearla, si quieres, aunque es imposible ver la casa desde cualquiera de las carreteras. Es un lugar precioso cuando las jacarandás, que rodean la mansión, están en flor.


—Parece como si conocieras bien la casa...


—A la perfección, Paula solía llevarme los fines de semana, cuando su padre salía a jugar al polo.


—¿Es que no se te permitía entrar cuando él estaba presente?


—Así es. Miguel Chaves era y sigue siendo el tipo más estirado y aristocrático del mundo.


—¿Y la señora Chaves?


—Se largó cuando Paula apenas contaba unos cuatro años —respondió Pedro—. Con uno de los rivales de los partidos de polo de Miguel, ¿Te lo puedes creer? Se fueron a vivir a Sudamérica.


Miguel Chaves se quedó con la custodia de su hija. La adoraba: Era su único retoño. Y lo de su mujer lo dejó amargado. No permitía que nadie mencionara su nombre en su presencia.

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