viernes, 11 de agosto de 2023

Traición: Capítulo 8

La ceremonia estaba a punto de finalizar. Tenía que irse. Pero nada interferiría en sus planes. Regresaría triunfalmente a aquel pueblo, como el nuevo propietario de Bellemont Farm, la fortaleza de Miguel Chaves. Se habría marchado en aquel mismo momento, pues ya se dirigía rápidamente a su lujoso coche, si Enrique Craig, su antiguo profesor de matemáticas en el instituto, no lo hubiera reconocido.


—¿No eres tú Pedro Alfonso? ¿Eres tú, Pedro? —inquirió sorprendido, agarrándolo suavemente de un brazo.


—Señor Craig... ¿Cómo está usted?


—Bien, Pedro, bien —el hombre lo miró con expresión cariñosa, enternecida—. Mal asunto este, ¿Eh? Una tragedia. Habrás tenido que armarte de valor para asistir al funeral. Aunque Martín y tú no eran precisamente muy amigos.


—Paula sí era mi amiga, señor Craig —replicó Pedro.


—Claro, claro. Está sufriendo mucho, la pobre chica. Vaya, viene hacia aquí. Y también Chaves. ¿No sería mejor que te marcharas ya? —le sugirió—. Solo lo digo con la mejor de las intenciones.


—Lo sé —asintió Pedro—. Pero Miguel Chaves no me molestará ya más.


—Pero lo hizo en otro tiempo —comentó Enrique Craig.


Jamás había pensado ni por un momento que el joven Alfonso fuera un ladrón. Aunque Chaves hubiera jurado que el chico le había robado unas joyas que, finalmente, aparecieron en el cobertizo de detrás de la modesta casa de los Alfonso.


—Chaves ha tenido que vivir con lo que me hizo.


Craig se estremeció. Había seguido con interés la carrera de su antiguo alumno, que de niño había demostrado tener una inteligencia sorprendente. Y se había compadecido mucho de su pobre madre. Cuando aún no se había recuperado de la muerte de su marido, el escándalo de su hijo casi la había destrozado. Miguel Chaves tenía que dar cuenta de muchas cosas. Y él no era el primero en pensarlo.


Miguel Chaves se había detenido para hablar con unos conocidos, y Pedro permaneció inmóvil mientras Paula seguía acercándose hacia él. Exteriormente muy tranquila, su alta figura parecía emanar un poder sobrecogedor. Sintió que la sangre se le congelaba en las venas. La había amado. Incluso después de su traición y de la gran humillación que había sufrido, todavía suspiraba por verla. Jamás se había olvidado de ella, ni siquiera cuando se acostaba con otras mujeres. En aquel momento tenía a Adriana en el coche, y le había prometido enseñarle la preciosa comarca en la que había vivido siendo niño, para comer luego en uno de los restaurantes de la costa. Sabía que no estaba bien utilizarla como escudo, y no pudo evitar una punzada de remordimiento. Adriana era una mujer hermosa, algo mayor que él, sofisticada y encantadora. Llevaba ya casi un año con ella, aceptando su amistad pero sin ofrecerle nada. Eso parecía satisfacerla, y estaba contenta con la situación. Ambos habían salido escarmentados de anteriores relaciones. Paula seguía acercándose a donde se hallaba Pedro. Decenas de recuerdos de ella atravesaron su mente. Paula a todas las edades; la niña encantadora, la cautivadora adolescente, la joven que había perdido su condición de inocente virgen llorando en sus brazos.... Naturales y abundantes lágrimas de arrobamiento y éxtasis. Un acto marcado de manera indeleble en su memoria. Un acto que había destrozado su vida. «Vete», se aconsejó. «Vete ya. Ejerces un control total sobre tu vida. Esta fijación con Paula Chaves...». Porque no podía llamarla Paula White; le dolía demasiado. Aún no había superado lo de su matrimonio.

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