lunes, 7 de febrero de 2022

No Esperaba Encontrarte. Capítulo 47

 –Hay que ir vestidos.


–Estamos vestidos –respondió, inspeccionando la bici.


–No me refiero a eso.


–Malena tuvo la ocasión de aclarar las cosas y no lo ha hecho, así que o vamos vestidos así o desnudos. Tú eliges.


–No pienso ir. Me he desollado la rodilla y tengo el pelo lleno de hojas.


Puso la bici en pie, le quitó las hojas del pelo y agachándose le besó la rodilla.


–Sí que vas a ir.


–Se me han ensuciado los pantalones por delante.


–Por delante y por detrás.


–¡No pienso ir así! ¿Qué iban a pensar de mí?


–¿Y a tí qué te importa lo que piensen?


–Preferiría que no me importase, pero no es así, ¿Vale? Por ahora, ninguno de ellos me ha dicho que vaya a asistir a la gala.


–¿Por qué no?


–Nunca les ha gustado Mamá. Mi padre puso la primera piedra de todo eso hace años. Sobre el papel, todos quieren hacer el bien, pero no en el patio de su casa.


–Por eso precisamente quiero yo asistir al cóctel de hoy.


–Pero yo no.


–Vamos a ir. Y tú vas a entrar en esa sala como una reina. ¿Me entiendes?


–No quiero ir.


–En la vida siempre hay que hacer cosas que no se quieren hacer, así que vas a ir.


Inesperadamente Paula supo que, estando a su lado, podría hacer cualquier cosa que le pidiera. Iría. Y con la cabeza bien alta. Suspiró.


–Me gusta cuando te pones tan mandón.


–¿Ah, sí? Tengo que probar con más frecuencia. Vamos, a la bici.


Y así, sin más, se dirigía hacia el lugar que llevaba tanto tiempo temiendo. Pero sin sentir temor alguno. Avanzaron con su temblorosa bicicleta hecha para dos. Paula la habría dejado en la puerta de atrás, pero Pedro era el que tenía el control, y había decidido tomar el camino que llevaba tras varias curvas a la puerta principal frente al lago. Ya había unas cuantas personas bien vestidas disfrutando de la terraza. Hubo una sonora pausa en la conversación mientras dejaban la bicicleta. Pedro le pasó un brazo por los hombros mientras subían las escaleras, y ella se volvió a mirarlo. Sonreía. Y si no lo conociera bien, esa sonrisa podía tener el efecto de un hechizo. Saludó quedamente a las personas congregadas en la terraza y respirando hondo, con él a su lado, entró en el club.


–¡Pedro Alfonso! –graznó Malena, por si acaso alguien no lo había reconocido–. Cuánto me alegro de que hayas venido. Miren, chicos… –anunció, colgándose de su brazo–, ¡Pedro ha vuelto!


Si le importaba ir en pantalón corto cuando el resto de hombres llevaban americana y pantalón de vestir, no dió muestras de ello. Como siempre, se comportaba como si fuera un rey. Y ella hizo lo mismo. Malena la ignoraba ostensiblemente, y ella la imitó.


–¡Valeria! –exclamó al ver una cara conocida–. Hacía años que no te veía. ¿Qué es eso que he oído de que no te gusta el color con el que voy a pintar la fachada?


–¿No te gusta, Vale? –le preguntó su marido, Sergio–. A mí, sí.

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