lunes, 28 de febrero de 2022

Irresistible: Capítulo 16

 –Paula, creo que descubrirás que soy un compañero de piso ideal. Para demostrártelo, ¿Por qué no me ocupo de la cena de esta noche?


Ella se humedeció los labios y lo miró con los ojos bien abiertos:


–No es necesario.


–Creo que sí lo es.


–Muy bien. Entonces, estupendo.


–La cena se servirá a las siete y media.


–Estupendo –repitió ella.


Pero la expresión de su rostro indicaba lo contrario, y él tuvo que hacer todo lo posible para no reír.


–¡Que empiece la función!


Pedro encendió la vela, dió un paso atrás para mirar la mesa y sonrió. La cubertería y la cristalería brillaban bajo la luz de la vela, creando un ambiente íntimo en el departamento. Había pasado mucho tiempo hablando con Julio sobre la cena de esa noche. Quería encontrar un menú que dejara a Paula boquiabierta. Y lo había encontrado. No podía esperar a ver su reacción cuando lo probara. La imaginó saboreando la comida y sintió un nudo en el estómago. Montones de imágenes invadieron su cabeza y trató de ignorarlas. Miró el reloj y vio que había llegado la hora. Llamó a su puerta y, cuando ella abrió enseguida, como si hubiese estado esperando al otro lado, tuvo que contenerse para no reír. Al verla, se puso muy serio. Ella lo miró de arriba abajo con sus ojos marrones y dijo:


–No me mires así. No me dijiste que era una cena formal así que no es culpa mía.


A Pedro no le importaba que ella hubiera elegido vestirse de manera informal. Lo que le molestaba era el tipo de ropa informal que había elegido.


–¿Qué es eso? –preguntó él, señalando su atuendo.


–Un chándal –contestó ella–. ¿Está la cena lista?


Él asintió.


«¿Un chándal?» Era el chándal más grande que había visto nunca. Y a juzgar por el estado de su color gris parecía que lo había lavado demasiadas veces. Las mujeres que él conocía jamás se pondrían un modelito así. Sin una pizca de maquillaje y con el cabello recogido en una cola de caballo, parecía una chica de dieciséis años.


–¿Vas a dejarme salir?


Él dió un paso atrás y la dejó pasar. Una vez en el comedor, se colocó tras ella para acompañarla a la mesa y ayudarla a sentarse, pero Bella se detuvo para encender el televisor con el mando a distancia.


–¿Te importa? –lo miró–. Hay un documental que tiene buena pinta...


–Sí, me importa –le quitó el mando a distancia y apagó el televisor–. Me he tomado la molestia de prepararlo todo. Lo menos que puedes hacer es agradecérmelo y fingir que te gusta.


–¿Molestia? –arqueó una ceja–. ¿Qué has hecho? ¿Poner la mesa?


No, eso lo había hecho el camarero cuando les llevó la comida. Pedro la agarró por los hombros y la hizo sentar. Su enfado fue disminuyendo a medida que el calor del cuerpo de Paula atravesaba la tela de su camiseta y penetraba en sus manos. Él retiró las manos. Necesitaba permanecer frío y distante si quería que aquello saliera bien.


–Sé que no has cocinado tú. Preparar una buena comida requiere compromiso. Te prometo que cuando hagas ese tipo de esfuerzo, lo valoraré. Si ibas a pedir comida para llevar, me habría conformado con una pizza.


«¿Pizza?» Pedro intentó ocultar su indignación.


–He de decirte que esta no es cualquier comida para llevar.


–¿No?


–Quería hacer algo agradable para tí –apretó los dientes–. Algo especial. Quería celebrarlo.


–¿El qué?


–El principio de nuestra relación laboral –dijo él. Sacó la botella de la hielera–. ¿Champán?


–¿Es francés? –preguntó ella arqueando una ceja–. Solo bebo champán francés.

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