miércoles, 9 de febrero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 51

 –No me había dado cuenta.


–Yo tampoco. Creí que era por no haberla visto desde hacía unos meses. Ella dice que es porque camina más, ahora que no puede conducir.


Paula cerró los ojos intentando tragarse el miedo y pensar racionalmente, porque, en realidad, se estaba enfrentando a dos clases de miedo: Por un lado, a la pérdida de peso de Mamá y al hecho de que estuviera planeando su propio funeral, y por otro, al hecho de que Pedro, allí de pie en su pantanal, siguiera haciéndola derretirse por dentro. Había algo tremendamente sexy en un hombre que sabía pilotar un avión.


–Le dije que le regalaría un vestido nuevo para su cumpleaños, Paula. Si salimos ya, podemos ir de compras, invitar a Mamá a comer por su cumpleaños y estar de vuelta en casa por la tarde. Será divertido.


Ah, más diversión. ¿Y cuando él se marchara y cesara la diversión a la que se estaba acostumbrando? Si pasaban de ser amigos a algo más, le iba a destrozar el corazón. No podía ser. Pero ¿Cuándo había sido la última vez que había hecho una escapada así? Y, por otro lado, también ella iba a necesitar un vestido, ¿No? Pensándolo bien, tendría que ser un vestido que le demostrase a Pedro que no era el fósil tedioso que él parecía considerarla. Él, y seguramente, ella misma. Escogió con cuidado la ropa que iba a ponerse. Al final se decidió por unos vaqueros con tacones, una camisa blanca y entallada, y cazadora de cuero. Remató con un poco de maquillaje, unos rizos en el pelo y unos aros de oro en las orejas. Esperaba que el resultado fuera desenfadado pero favorecedor. Y al ver la expresión un tanto sorprendida, pero definitivamente interesada de él, supo que lo había logrado. Mamá insistió en ocupar el asiento trasero del avión. Al parecer tenía miedo de volar. Pedro la ayudó con el cinturón de seguridad, pero no quiso ponerse los cascos que la ofreció, sino que del insondable bolso rojo que llevaba sacó un enorme walkman, un cuaderno de sopas de letras y un lápiz, y con todo ello se acomodó en el asiento. Luego ayudó a Paula con su cinturón y los cascos. Había algo tremendamente sexy en él a los controles del avión. Se le veía confiado y profesional, transmitiendo por radio el plan de vuelo, haciendo comprobaciones en el aparato. Cuando el avión comenzó a avanzar sobre el agua del lago, Paula miró hacia atrás. Mamá había subido el volumen de su walkman y miraba sin pestañear su cuaderno.


–¿Es Engelbert Humperdinck? –preguntó Mac.


–Seguro.


La avioneta se desprendió de la gravedad, se separó del agua y flotó en el aire, y Paula tuvo que contener la respiración cuando se alzó por encima de los árboles que cerraban el lago.


–¿Alguna vez has volado en avioneta?


–No, nunca.


–¿Estás nerviosa?


Paula tardó en responder.


–No –decidió–. ¡Me encanta!


Pedro pasó por encima de su casa y supo que lo había hecho por ella. Se veía tan mona desde el aire, casi como si fuera una casita de muñecas, con sus canoas alienadas como juguetes junto al pantalán. Pensó que se vería muy bonita de lavanda y blanco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario