viernes, 11 de febrero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 59

 –Pedro… Cuando dije eso, no me refería en absoluto a lo que tuvieras o dejases de tener.


–¿Ah, no? –sonrió–. Pues me tenías engañado.


–Imagino que sí, porque no quería que supieras hasta qué punto me había hecho daño que nunca jamás me contaras una sola cosa de tí. Ni una sola que fuera importante. Y cuando te marchaste, ni siquiera me pediste que me fuera contigo. Al parecer, nada ha cambiado. Incluso estos regalos tan maravillosos son como una especie de escudo tras los que te escondes. ¿Ves esa sonrisa que tienes ahora mismo? Es la defensa más fuerte de todas.


–¿Quieres saber por qué no te pedí que te fueras conmigo? No es que no quisiera luchar por tí. Es que amabas este lugar más que a mí. Y porque veía a tu familia rota, y a tus amigos mirándote de soslayo, como si hubieras perdido la cabeza. Lo que hice fue devolverte tu vida. Lo que no entiendo es por qué no la recuperaste.


–No –respondió–. No lo hice.


–¿Por qué?


–Las cosas no funcionan así, Pedro. No puedes pedirme que yo me ponga del revés para que tú puedas verme, mientras que tú sigues cerrado.


–¿Sabes una cosa? Que estoy harto de Chaves Beach. Ojalá nunca hubiese venido.


–¡Ojalá!


Y la vió alejarse, entrar en su casa y cerrar suavemente la puerta como quien pone punto final.



–Mamá –dijo unos minutos más tarde–, me ha surgido un imprevisto y tengo que volver a Toronto. Le compré el vestido ese a Paula. ¿Se lo darás?


–Dáselo tú –respondió ella, y subió a su dormitorio, cerrando con un portazo.


Las dos mujeres que amaba estaban enfadadas con él. Un momento. ¿Que amaba a Paula? Tenía que salir de allí cuanto antes…



Paula oyó despegar el avión de Pedro.


–No me importa que se vaya –le dijo a su gato–. Además, siempre he sabido que llegaría este momento.


Tenía una gala que organizar. Tenía el sueño de la Casa de Juan al que aferrarse. Rompió a llorar. El teléfono sonó y corrió a contestar. A lo mejor era él.


–¡Saludos desde África!


Era su madre, loca de contento. Había visto un elefante aquella mañana. Y un león. No la recordaba tan entusiasmada.


–Sabía que ibas a estar muy liada el Día de la Madre, así que he decidido llamarte hoy. No quería que tuvieras que andar localizándome.


Era un detalle de consideración al que su madre le tenía poco acostumbrada, y eso le dio valor.


–Mamá, ¿Te importaría que pintase la casa de lavanda?


Era una especie de pie para luego preguntar: «¿Te importaría que transformase la casa de la familia en un hogar para madres solteras?».


–¡Pero Paula! Me da igual de qué color pintes la casa. ¡Es tuya!


–Mamá, ¿Me la diste porque sentías lástima de mí? ¿Porque creías que no iba a ser capaz de rehacer mi vida sin tu ayuda?


–¡No, hija, en absoluto! Te dí la casa porque yo la odiaba.


–¿Qué?

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