viernes, 4 de febrero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 44

 –Vamos a dejar una cosa clara: yo no te besé porque te encontrase atractivo.


–¡Oye! ¡Eso ha sido una maldad por tu parte!


–No es que no lo seas…


¡Dios! Se estaba metiendo en un berenjenal.


–Te besé para darte las gracias por preocuparte tanto por Mamá.


–Vale, pues me alegro de que lo hayas aclarado. Vámonos a dar un paseo.


Lo miró a él. Miró la bici. Había aclarado lo del beso. Bueno, en realidad no, pero él había aceptado su explicación. Hacía un día precioso, y el paseo era un regalo inesperado.


«Estás cediendo a la tentación».


–No.


–Mira, princesa, tú eliges: La bici o los pepinillos.


Sonrió a su pesar. Hubo un tiempo en el que, durante varias semanas, tuvo la sensación de que Pedro Alfonso era su mejor amigo. Podía decirle cualquier cosa, ser ella misma con él, siempre. En muchos sentidos era como si con él hubiese aprendido qué era ser ella misma. Y lo echaba de menos. ¿Podían ser amigos, sin la complicación de ser amantes? ¿Qué podía tener de malo averiguarlo?


–Incluso llevas la ropa perfecta –añadió, sintiendo que se debilitaba–. ¿No son pantalones de montar en bici?


Pues no. Eran unos pantalones de ochenta dólares, su última adquisición antes de iniciar su programa de austeridad.


–En la tienda online los llamaban «Capri».


–Ah, vaya. Nunca te acostarás sin saber una cosa más.


Y aunque mentalmente había ensayado montones de veces a decirle que no, tenía la impresión de que no lo había practicado lo suficiente. Además, estaba en posesión de un tándem, y ella no estaba de humor para pepinillos. Y encima llevaba puesto un pantalón de ochenta dólares que parecía perfecto para montar en bici. Sería una pena no probarlos, ¿No?


Bajó del pantalán y empujaron la bici, que pesaba como un muerto, cuesta arriba hasta Lakeshore Drive.


–Sube.


Pedro ocupó el puesto de delante.


–¿Se puede saber por qué tienes tú que ir delante? –protestó, cruzándose de brazos.


–Pues porque es donde hay que hacer más fuerza.


–Y donde están los frenos y la dirección. Lo que tú quieres es tener el control.


–¡Tú eres la que lo quiere!


–Podría ser.


Pedro suspiró.


–Hala, para tí el primer puesto. Hasta vas a poder tocar el timbre –dijo, accionando un timbre viejo y oxidado.


Los dos se montaron y, tras varias intentonas, consiguieron ponerse en movimiento.

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