miércoles, 9 de febrero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 52

 –¿Que el lavanda va a ser un error? –preguntó por el micrófono– . ¡De eso, nada!


La sonrisa que él le devolvió fue como si le diera su aprobación. Una sonrisa auténtica, tan real que sintió que las lágrimas se le agolpaban detrás de los ojos. Se volvió e intentó llamar la atención de Mamá para que pudiera ver su casa desde el aire, pero la encontró canturreando en voz baja y buscando palabras con el ceño fruncido, decidida a no mirar por la ventana.


–¿Qué es eso de la Casa de Juan?


Pasó de sentirse segura y contenta a pisar en terreno cenagoso.


–¿Qué? ¿Por qué lo preguntas?


–Mamá me ha dicho que quiere que el dinero que se recaude en la gala vaya a parar a esa casa, y que te preguntara a tí.


Podía decírselo ya. Había algo en su modo de referirse al proyecto que le hizo desear librarse del peso de llevar el secreto en solitario. Pero aquel no era el momento, y quizás nunca lo habría. Pedro no tardaría en marcharse. ¿Por qué compartir con él aquella parte tan significativa de su vida? En otra ocasión confió demasiado en él, contándole todos sus secretos. Todos, menos uno. Cuando se marchó, hacía ya siete años, descubrió que estaba embarazada y, aterrorizada, decidió confiar en una amiga: Malena. Ésta creyó que debía decírselo a sus padres, quienes a su vez se lo dijeron a los suyos, y quizás a algunos miembros más de su iglesia. La familia de Paula quedó destrozada.


–¿Cómo has podido hacernos esto? –gimió su madre–. No podré mirar a nadie a los ojos.


El disgusto de su padre se mostró en un gélido silencio. Sus planes para la universidad se evaporaron. Sus amigos la abandonaron. Estaba aterrorizada y sola, un náufrago en mitad de la ciudad. Jamás se había sentido tan sola. Y sin embargo, la vida que crecía en su interior no era motivo de vergüenza para ella, sino que más bien le aportaba la idea de que el amor que había conocido no había desaparecido del todo. Le hablaba en susurros a su hijo. Cuando se enteró de que era niño, fue y le compró unas diminutas deportivas azules y un monito del mismo color. Pero cuando todo terminó como terminó, en un aborto, todo el mundo quiso fingir que nunca había ocurrido. Para entonces, ella ya le había puesto nombre, le había hablado dirigiéndose a él para que se sintiera bienvenido a un mundo en el que nadie le aguardaba excepto ella. Aquella fue la noche en que corrió a casa de Mamá descalza, empujada por la necesidad de estar en algún sitio en el que se pudiera sentir, sufrir, reconocer que ella era incapaz de fingir que nunca había ocurrido. Aquella fue la noche en que dijo en voz alta el nombre del bebé que no había sobrevivido: Juan.


–Es una casa para chicas embarazadas. Pero aún está en mantillas.


–Mamá es increíble –respondió con cierta ironía–. Siempre hay una causa que apoyar.


Para él no era más que una causa, una de tantas. Respiró hondo. ¿Era posible que hubiese cambiado tanto como ella?


–Pedro, háblame de tí.


Esperaba que se lo tomase por lo que era: una invitación a ir más al fondo. Y si así era, ¿Podría ella hablarle de la Casa de Juan?


–¿Recuerdas la canoa de cedro que construí?


Paula asintió.

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