viernes, 25 de febrero de 2022

Irresistible: Capítulo 14

Silvestre salió corriendo y se agarró a las piernas de Pedro.


–¡Silvestre!


Aullando, la gata lo soltó y saltó hasta el sofá, después hasta la mesa de café y hasta las sillas del comedor, antes de esconderse bajo la mesa del televisor, con los ojos brillantes y moviendo la cola con maldad. Paula agarró un cojín y se volvió hacia Pedro.


–¿Te ha hecho daño? –se fijó en sus muslos y vió que tenía los vaqueros manchados de sangre–. Oh, ¡Lo siento! –exclamó ella.


Pedro necesitó mucha fuerza de voluntad para no excitarse al ver cómo lo miraba Paula.


–No es nada –dijo él.


Paula miró a Pedro y después al gato. Agarró el cojín contra su pecho y bajó al suelo sin dejar de mirar al gato. Era evidente que prefería arriesgarse a estar allí antes de sentarse en el sofá con él. Pedro frunció el ceño. Todavía se sentía molesto por la insinuación que había hecho ella acerca de si se había acostado con la mujer que había organizado aquel departamento, y porque creyera que él intentaba seducir a todas las mujeres que pasaban a su lado. Sin embargo, su manera de mirarlo lo había hecho sentir como el lobo de Caperucita Roja. Se sentó en el sofá, estiró las piernas e intentó no fruncir el ceño. ¿Pensaba que iba a saltar sobre ella en el momento en que bajara la guardia? Tenía mucho más estilo que eso. Además, él no tenía intención de seducirla, por muy tentadora que pudiera parecer la idea. Aquella mujer era una complicación que no necesitaba. Paula lo miró por encima de la taza de café.


–Tenemos que acordar algunas normas de convivencia.


Pedro se acomodó en el sofá y se colocó un cojín detrás de la espalda.


–¿Tú crees?


–Por supuesto.


–¿Como cuál?


–¿Tienes manía a algo más aparte de los gatos?


–¿No irás a pedirme que haga algo por ese maldito animal? –se quitó el cojín de la espalda y lo tiró al suelo.


–No.


–¿Y tú? ¿Tienes alguna manía?


–Odio las conversaciones animadas por las mañanas. De hecho, preferiría que no me dirigieras la palabra hasta que me haya tomado una, o mejor dos, tazas de café.


–¿Y qué consideras «Conversación animada»?


–Cualquier cosa que vaya más allá de un gruñido.


Él contuvo una carcajada.


–En serio, Pedro. No estoy bromeando.


Pedro soltó una carcajada y experimentó algo en su interior, más profundo que el deseo que sentía, pero no tan intenso. Paula tenía una mirada cálida, de esas que conseguían que los hombres se derritieran al verlas. ¡Nadie conseguiría derretirlo!


–Las mañanas no son mi fuerte.


Él estaba seguro de que Paula estaría preciosa por las mañanas.


–Entonces, ¿Qué es lo que odias de un compañero de piso?


–No lo sé. Nunca he tenido uno.


–¿Cómo? ¿Nunca? ¿Ni cuando estabas en la universidad?


–Vivía fuera del campus.


Había vivido en un camping para caravanas con su padre, ya que para entonces alguien tenía que cuidar de él y todo el mundo lo había abandonado. Incluso todas esas mujeres que lo habían manipulado una y otra vez. Pedro había prometido que nunca permitiría que una mujer lo llevara a tal estado de dependencia, de desesperación y de desgracia. Y se había quedado cuidando a su padre, que era alcohólico y sufría demencia. Después de eso, consideraba que compartir piso no era buena idea.

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