lunes, 7 de febrero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 49

Fue el agua lo que los frenó entre espuma, con lo que Malena saltó de su sillín y fue a parar contra él, igual que le había pasado a Paula, y los dos aterrizaron en el agua con un enorme estruendo. Malena gritaba y braceaba furiosa hasta que Diego la sacó del agua. La gente se reunió alrededor de ellos. El vestido de Malena parecía hecho de papel del baño, el pelo le colgaba en guedejas pegadas y el maquillaje se había corrido.


–¡Qué divertido! –exclamó su marido–. Paula, ¿Hemos ganado el premio?


–¡Por supuesto! –respondió la aludida, doblada por la cintura de la risa.


–¿Qué… Qué premio? –balbució Malena.


Pedor no podía apartar la mirada de Paula. Así era como la recordaba: En el centro de todo. Pero en aquel momento era todavía mejor, porque antes no había sombras en ella y ahora, que sí las había, resultaba doblemente gratificante ver cómo era capaz de espantarlas, tanto como ver salir el sol tras varias semanas de lluvias. Una absoluta belleza. Lo más bello que había visto jamás.




–Tengo que hacer algunos cambios en la gala –comentó Paula, jadeando. Iba en el sillín delantero, pedaleando con todas sus fuerzas. Habían salido del club náutico y tomaban ya la última colina–. Lo había planteado todo mal. Era como si quisiera ganar su aprobación, cuando prácticamente ninguno de ellos había aceptado la invitación.


–Pues ahora van todos.


–Eso ya lo veremos. Podrían recuperar la cordura antes.


–Yo creo que han recuperado la cordura ahora.


–No quiero que sea algo soso.


–¿Como el cóctel antes de que tú llegaras?


–Exacto. Necesitamos algo más divertido para la gala. O sea, que siga siendo una cena, y ya es demasiado tarde para cambiar lo de la vestimenta de etiqueta, pero ¿qué te parecería si contratásemos a algún humorista?


–¡Paula, calla y pedalea!


No parecía estar cansada, sino más bien lo contrario: Llena de energía. ¿Qué demonios se habría desencadenado en ella? La última cuesta abajo la hicieron andando. Ahora que había visto la llama de su luz interior, Pedro se sentía obligado a avivarla, a alimentarla; y no le costó demasiado lograrlo. Durante los días que siguieron, hizo cosas sencillas: llevar un paquete de salchichas a su casa, y unos palitos en los que ensartarlas para asarlas en un fuego que encendieron en el jardín. Luego pincharon nubes dulces, las tostaron y se las comieron hasta que notaron la cara y las manos pegajosas. Llevó a arreglar el tándem y fueron al centro a comer helado. Hizo que le enviasen su kayak doble y se fueron a explorar el lago. Todo aquello estaba siendo genial, pero quería enseñarle más. Quería enseñarle un mundo más ancho que el de Chaves Beach. Quería enseñarle que ya no era solo aquel muchacho que una vez conoció. Que había alcanzado el éxito en otro lugar y que se movía en ese entorno cómodamente.

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