miércoles, 2 de febrero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 38

 –Es posible, pero desde luego no fue porque no se intentara.


De pronto el dolor volvió a palpitar fresco entre ellos, como si se tratara de una piel frágil que se hubiera quemado poco antes. Tenía razón. No tenía sentido ponerse tan serio. Si pudiera habría dejado las cosas tal y como estaban, viviendo tan contenta en la mentira de haberlo superado todo: El verano que había pasado queriendo a Pedro, que en realidad no había sido más que el loco enamoramiento de una mujer que seguía siendo una muchacha aún. Al fin y al cabo, solo tenía diecisiete años. Y su paseo por el lado salvaje había sido un error, cuyas repercusiones habían deshecho la tan cacareada estabilidad de su familia. Y además, estaba aquel lugar en lo alto de una loma que quedaba detrás de la casa, a la sombra de pinos centenarios, un lugar al que ella solía ir y que le recordaba hasta qué punto se había equivocado. «Ya basta», le dijo una voz dentro de su cabeza. Pero no estaba segura de ser capaz de dejarlo.


–Tu casa estaba junto a la mía, y no al otro lado del mundo.


Pero detrás de esa reprimenda, ¿Seguía esperando poder sacar algo de él? ¿Ser capaz de lograr lo que no había conseguido tiempo atrás? ¿Averiguar quién era en realidad, qué había detrás de la fachada de incorregible que mostraba al mundo?


–No se trata de ninguna división física. Tu padre detestaba la casa de Mamá más que si hubiera sido una chabola de pescadores. Y todavía más que llevara a ella chavales de antecedentes cuestionables. Pero fracasó en dos de sus propósitos: No consiguió cerrarle el garito a Mamá, ni tampoco logró presionarla lo suficiente para que decidiera largarse.


Pedro no lo sabía, pero al final incluso su hija había acabado siendo uno de sus fracasos.


–Pero, al parecer, Malena Johnson, de soltera Mitchell-Franks, ha recogido el testigo –añadió con sequedad, pero al instante sonrió, como si nada de todo aquello le importase–. Creo que deberíamos asistir a su guateque el viernes por la noche en el club náutico.


Al ver su sonrisa supo que no había logrado hacer blanco bajo su línea de flotación. Una vez más. Ni siquiera debería haberlo intentado.


–No asistiría ni aunque mi vida dependiera de ello.


–¿Ah, no? ¿Por qué?


–En primer lugar, no me han invitado.


–¿Es que tienen que invitarte?


Sintió un escalofrío. ¿Sería posible que Pedro no hubiera creído necesario invitarla a marcharse de allí con él cuando lo hizo, años atrás? ¿Habría pensado quizás que, si quería ir, simplemente habría tomado la iniciativa de hacerlo? No quería pensar más en aquel tiempo. No quería seguir ahondando en lo que podría haber sido.


–Pues sí, necesito que me inviten.


–Pero si tu abuelo fue quien lo construyó.


–No renové mi carné de socia cuando volví.


–¿Vas a dejar que Malena te haga el feo? Yo iría solo por molestarla. Sería divertido.


–Pues presentarme en un sitio donde no se me quiere no es precisamente mi idea de pasar un buen rato.


–Me parece que tengo mucho que enseñarte –dijo–. Ah, ya hemos llegado. Abierto a las… –miró el reloj– ¡Siete y media! Dios bendito –y abriendo los ojos de par en par para simular horror, añadió en voz baja–: ¡Paula! No irás a decirme que también abren los domingos, ¿No?


–Pues sí.


–Seguro que alguien firmó una petición para que se cerrara a las cinco, porque hacer la compra a esas horas de la noche no puede ser bueno para el pueblo. Arruinaría a los otros negocios, obligaría a cerrar a las iglesias, corrompería a los niños.

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