miércoles, 16 de febrero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 63

 -Creo que nunca había visto a mi padre tan enfadado como lo ví aquel día. Comenzó a tirarlo todo, a romper cuanto estaba a su alcance, gritando: ¡Jamás ha pagado tu dentista o tus libros, ¿Y ahora quiere pagarte el hockey? ¡Jamás ha puesto un céntimo cuando necesitabas unas deportivas nuevas o tenías que comprar un regalo para el cumpleaños de un amigo, ¿Y  te va a pagar el hockey? ¿Qué parte va a pagar? ¿La mensualidad? ¿El equipo? ¿Los desplazamientos? ¿Los permisos que voy a tener que pedir en el trabajo?. Cuando por fin se quedó sin vapor, se sentó, puso la cabeza entre las manos y dijo: «Olvídalo. No vas a jugar». Las cosas siguieron así durante un par de años. Ella, sembrando las semillas del descontento, siendo la madre Disney, mientras mi padre se pasaba la vida peleando en las trincheras. Cuando cumplí los doce, me pasé el verano con ella y con Walden. Hice amigos en su barrio, tenía dinero para comprarme mis vaqueros Calvin Klein, nadaba en mi propia piscina, me compraron un perro. Ella no ponía reglas como hacía mi padre. Todo valía. Incluso me dejaba beber vino en la cena y tomarme una cerveza. Cuando el verano terminó, se sentó en el borde de mi cama y se echó a llorar. Me decía que me quería tanto que no podía soportar que tuviera que volver con ese hombre. Y que no tenía por qué volver. Que no tenía por qué pensar en mi padre o en sus sentimientos. Debería haberme dado cuenta de que para ella los sentimientos de mi padre no significaban nada, y los suyos, todo. Yo tenía doce años, casi trece, y en casa mi padre me hacía trabajar. Por aquel entonces, era responsabilidad mía que siempre hubiera leña para la estufa. Cocinaba muchas veces. Incluso me llevaba de vez en cuando a trabajar con él y me daba una pala. Solo podía salir con mis amigos si había cumplido con mis responsabilidades en casa, mientras que ella me ofrecía una vida de fiesta continua, de ausencia total de esfuerzo. Me dí cuenta de todas las cosas que podía tener. Podía ser uno de los chicos ricos del colegio, en lugar del hijo de Dan Zapa. Llamé a mi padre y le dije que me quedaba, y en el silencio que siguió, pude oír cómo se le rompía el corazón. Pero ella me había convencido de que no importaba, de que solo yo importaba. Y así es cómo funcioné durante unos cuantos meses. Como si solo yo importase. Ella me animaba a ser así. Cuando mi padre me llamaba, a veces ni siquiera me ponía a hablar con él. Se suponía que iba a pasar la Navidad con él, pero yo no quería perderme la fiesta de Nochebuena de mi mejor amigo, así que pasé de volver con él.

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