miércoles, 16 de febrero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 65

 –Entonces, estás convencido de que mataste a tu padre –dijo ella, mirándolo a los ojos. La luz del fuego se reflejaba en su iris, de los que partía la misma luz que había visto cuando tenía al bebé en los brazos.


Entonces no era compasión, y tampoco lo era en aquel momento. Era amor. El amor más puro que había visto en toda su vida.


–Es que lo maté –repitió, mirándola a los ojos, desafiándola.


–No –replicó con firmeza–. No es cierto.


Unas palabras tan sencillas… «No es cierto». 


Puso las manos en sus mejillas y lo miró directamente a los ojos. Fue como quien recibe la absolución. Fue como si, al ponerlo por fin en palabras, el monstruo que llevaba tanto tiempo viviendo en su armario se viera obligado a desaparecer ante la fuerza redentora de la luz. Entonces era solo un adolescente, que hacía las cosas que habitualmente hacen los adolescentes, guiados por el egoísmo, la irreflexión y la codicia. Solo pensaba en sí mismo. Pero el que era entonces no tenía por qué ser el mismo que el del presente. No lo era.


–Tienes miedo de amar –le dijo.


–Pánico –susurró él, y nunca había dicho una verdad mayor.


Ella no intentó arreglarlo, ni convencerlo de lo contrario.  Simplemente apoyó la cabeza en su hombro y lo rodeó con los brazos. Sintió sus lágrimas calientes mojarle la camisa y llegar a la piel del pecho. Su ternura lo envolvió. Y otra verdad se reveló a sus ojos: que ella lo llevaría de la mano. El amor de Mamá lo había llevado hasta allí, y ahora le tocaba a él dar el paso, si es que era lo bastante fuerte para dejarle hacer. Si era lo bastante fuerte para decir que sí a algo que había venido diciendo que no durante catorce años. Decir que sí al amor. De repente se sintió cansado, agotado en realidad. Y envuelto por sus brazos, con la cabeza en su pecho, se quedó dormido al fin, con el sueño de un hombre que no tenía por qué acudir a los sueños para poder combatir su sentimiento de culpa. Cuando se despertó a la mañana siguiente, Paula no estaba. La cafetera estaba en marcha y había una nota: "Lo siento, pero he tenido que irme. ¡Tengo un millón de cosas que hacer aún! La gala es esta noche". Decidió irse a casa de Mamá. Durante la noche había habido una verdadera explosión demográfica allí. Sus muchos hijos de acogida entraban y salían, muchos acompañados de sus propios hijos. Había tiendas de campaña en la hierba y colchones hinchables en el suelo.


–¿Te has quedado con Paula? –preguntó Mamá, en un feliz frenesí de cocina.


–No como tú piensas. Anda, mamá, ven un momento conmigo – buscó un lugar bajo los árboles y respiró hondo–. Paula les ha pedido a algunos de tus chicos que hablen esta noche en la gala. Escogió a unos cuantos, entre los que estaba yo, pero le dije que no. Y ahora he cambiado de opinión. Solo si tú me lo permites, me gustaría compartir la historia que me contaste hace tanto tiempo.


–Ay, hijo… ¿Y con qué propósito, schatz?


–Pues con el mismo que tú me la contaste entonces. Para que todo el mundo sepa que al final, si resistes con fuerza, el amor triunfa.


Mamá lo miró a los ojos y asintió. Se habían vendido todas las entradas para la gala. Había visto a Paula ir y venir con su vestido rojo, y le había dicho que hablaría. Le parecía extraño que siendo el gran día, el día en el que se había volcado en cuerpo y alma, parecía demacrada.


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