viernes, 11 de febrero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 57

 –¿Vamos a divertirnos a un hospital? –preguntó–. Por Dios, Paula, estás peor de lo que me imaginaba.


Perplejo, la siguió por la puerta principal. Dejaron atrás el mostrador de recepción, desde el que la recepcionista la saludó como si fueran viejas conocidas. ¿Y si estaba enferma? ¿Y si era eso lo que intentaba decirle? Un miedo visceral le atravesó de parte a parte, pero se disipó al ver que entraban en la zona de Obstetricia. Entró en un despacho en el que una mujer de mediana edad se levantó al verla y fue a abrazarla con una sonrisa.


–¡Mi abrazadora favorita!


¿Abrazadora?


–Te presento a Pedro Alfonso, el amigo del que te hablé estamañana. Pedro, Patricia Sandpace.


–Encantada de conocerle, señor Alfonso. Vengan por aquí.


Entraron en una pequeña sala de espera. Por un ventanal se veían pequeñas incubadoras con bebés.


–Estos niños son prematuros –explicó Patricia–. O están muy enfermos. A veces tenemos bebés que han nacido adictos a la cocaína que consumió su madre en el embarazo. Organizamos lo que llamamos un Programa de Abrazos hace años porque se ha demostrado que si un bebé tiene contacto físico se desarrolla mejor, madura mejor, sana mejor y tiene una estancia hospitalaria más corta. También alivia el estrés de los padres que saben que si ellos no pueden estar aquí veinticuatro horas al día, siete días a la semana, y muchos no pueden porque tienen otros niños en casa y obligaciones laborales, su hijo sigue recibiendo amor.


Paula ya se había puesto una bata con patitos de brillantes colores, y se había vuelto de espaldas para que Patricia se la atara.


–Tendrás que ponerte una bata.


Escogió una con jirafas y leones que estaba en el perchero. Paula se estaba poniendo una mascarilla y recogiéndose el pelo, y los ojos le brillaban por encima de la máscara. Él la imitó, y Patricia hizo lo mismo. Luego le mostró cómo debía lavarse las manos.


–Hoy tenemos partos múltiples –les dijo–. Gemelos prematuros – explicó, señalando una mecedora. Lucy ya estaba sentada en otra.


Quedaron instalados el uno junto al otro. Patricia le trajo a Paula el paquetito más pequeño de vida que había visto nunca, bien envuelto en una mantita rosa, y se lo puso en los brazos. El bebé la miró con unos ojos curiosos que no parpadeaban.


–Ámbar –la presentó Patricia con una sonrisa.


Apenas habían pasado unos segundos cuando Paula quedó perdida en ese mundo. Eran solo el bebé y ella. La arrullaba, le hablaba en voz muy baja, la mecía. Así era como ella se divertía. Pero su expresión no era solo de alguien entretenido, sino que los ojos con que miraba a la niñita tenían una luz de absoluta felicidad, la más pura que había visto nunca. La diversión pasó a parecerle superficial. Quién lo iba a decir.

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