viernes, 4 de febrero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 41

 –He visto a Mamá muy cansada esta noche –comentó Paula mientras seguían allí de pie–. Nunca se deja una película sin terminar. Dice que hay que darles la oportunidad de redimirse.


–A las personas, a las películas… Siempre está dispuesta a ofrecer una segunda oportunidad. Lo que me preocupa es que se esté cansando demasiado de tanto cocinar para mí. Le he dicho que pare, pero no me hace caso.


–A mí lo que me preocupa es que precisamente no sea cocinar lo que la esté cansando.


–Ya.


Qué bien sentaba tener con quién compartir las preocupaciones.


–¿Te ha dicho algo? ¿Te ha hablado de su salud?


–No. He intentado tirarle de la lengua, pero no suelta prenda.


Mientras estaba arreglando el baño, he mirado en el botiquín. Había un frasco, pero como no tiene Internet, no he podido mirar para qué es.


–Yo sí puedo.


–Lo sé, pero es que no me siento bien haciéndolo. Es como si la estuviera espiando, así que he decidido quedarme por aquí e irle arreglando la casa mientras espero a que me diga algo.


Pedro se paró en el porche.


–Buenas noches, Paula.


–Pedro.


De pronto tuvo la sensación de que estaba muy lejos de su intención de demostrarse que ya no tenía poder alguno sobre ella. De hecho, tenía la sensación de que, con él, lo ordinario se volvía extraordinario. Como si hubiera estado dormida y él la hubiera despertado con el pálpito de la vida. La luz de la luna y el canto de los colimbos la habían envuelto en su hechizo, y sin pensar, se acercó a él. Tenía que saberlo. Se puso de puntillas. Tenía que saber si era el mismo. No es que supiera por qué esa necesidad de conocer la respuesta. Quizás porque él la consideraba demasiado predecible, desde el coche que conducía, pasando por su lealtad hacia el pueblo en el que vivía y hasta llegar a la falta de diversión que había en su vida.


Había besado a otros hombres desde entonces. Ahora tenía con qué comparar, a diferencia de entonces. Ya no sería tan fácil deslumbrarla, una virgen cuya única experiencia con los besos se limitaba al juego de la botella en las fiestas. O quizás tenía algo que demostrarse a sí misma. Que podía tener el poder. Que no necesitaba que fueran otros los que la empujaran. Fuera cual fuese su intención, quedó perdida en el instante mismo en que sus labios se rozaron. Pedro gimió y la abrazó contra su cuerpo, rendido a ella y haciéndola suya al mismo tiempo. Oh, no… era exactamente igual que había sido siempre. Nunca lo había experimentado así antes, ni tampoco después. Y sin duda había estado ausente en su relación con el hombre con el que había estado a punto de casarse. Ay, Dios… ¿Habría elegido a Iván precisamente porque no le hacía sentirse así? ¡Ahora comprendía perfectamente que hubiera ido a buscar la pasión en otra parte! Cuando la boca de Pedro se posó en la suya fue como si el mundo se derritiera, como si las estrellas comenzasen a bailar en el cielo oscuro, girando cada vez más rápido hasta que se desintegraran, fundiéndose y formando un todo único: estrellas, cielo, colimbos, el lago, ella, Pedro. Una corriente de energía tan intensa como solo podía ser la misma vida.

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