miércoles, 23 de febrero de 2022

Irresistible: Capítulo 8

Solo entonces fue cuando se percató del impacto de su cuerpo semidesnudo. Pedro parecía un diablillo dorado con la misión de tentar a toda la población femenina. A Paula le flaquearon las piernas. Era un hombre de anchas espaldas, con el torso y el abdomen musculosos. Y los pantalones vaqueros que llevaba resaltaban sus caderas. Ella se sonrojó y se atragantó al preguntarle:


–¿Qué diablos estás haciendo en mi departamento? –se fijó en la fina capa de vello que cubría su torso y descendía por su vientre hasta ocultarse bajo la cinturilla de los pantalones vaqueros y se estremeció–. ¿Te he preguntado qué estás haciendo en mi departamento?


–Ah... Ha habido un problema con ese tema. Al parecer, solo habían reservado un departamento.


Ella dejó en el suelo la jaula del gato y la bolsa de viaje que llevaba en el hombro.


–Entonces, iré a hablar con el gerente y pediré otro.


–Eso ya lo he intentado.


Paula se disponía a marcharse, pero se volvió al oír sus palabras.


–¿Y?


–Y no hay ningún otro departamento disponible en este bloque durante las próximas siete semanas. De hecho, no hay ningún otro departamento para alquilar en todo Newcastle durante los próximos ocho días. Esta semana se celebran tres eventos importantes: un festival literario, un festival de arte y un festival de cultura juvenil. El único alojamiento disponible es una tienda de campaña.


Paula lo miró boquiabierta.


–¡Ánimo, Paula! Este ático es enorme. Hay suficiente espacio para los dos. Ya sé que no es lo ideal pero se trata de trabajo. O asumes los contratiempos o te vas.


¿Irse? ¡De ninguna manera! No iba a marcharse. Quizá Pedro no la quisiera en su equipo, pero no iba a deshacerse de ella tan fácilmente. Ella frunció los labios y se contuvo para no darle una patada a la bolsa de viaje.


–¿Has dicho que el departamento es grande?


–Enorme.


–¿Cuántos dormitorios tiene?


–Dos.


Ella lo miró.


–Tendremos que acordar algunas normas de convivencia.


–Como quieras.


Paula se colgó la bolsa de viaje y recogió la jaula del gato. «Norma número 1: ¡Nada de hombres desnudos!». Pedro estiró la mano para ayudarla y ella le cedió la bolsa de viaje. Después, lo siguió hasta el interior del departamento.


–¡Cielos! –exclamó ella, deteniéndose en seco.


–Sí.


Paula dejó la jaula de Silvestre sobre la mesa de café y miró a su alrededor. Pedro había abierto las cortinas de terciopelo para que entrara la luz en la habitación, pero era como si la moqueta de color burdeos consiguiera atrapar toda la luminosidad para crear un extraño tono rosado en el ambiente,


–¿Qué es esto? –no intentó disimular su espanto.


–Lo primero que se me ocurre decir es que es horroroso, pero creo que es lo que llaman un nido de amor.


«Madre mía. No puede ser». Intentó actuar con frialdad, como si no se sintiera avergonzada. Como si no la hubiera invadido una ola de calor.


–Supongo que debemos de estar agradecidos de que no haya querubines pintados en el techo.


–Espera a ver el baño.


–¡No! –se volvió hacia él–. ¿Hay querubines?

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