viernes, 4 de febrero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 45

Tenía la sensación de ir cargando con él, porque aunque el manillar del asiento de atrás era fijo, él intentaba girar, de modo que la bici temblaba amenazando con caerse.


–¡No intentes girar!


–Es que no puedo evitarlo.


–¿Vas dando pedales?


–Con todas mis fuerzas. Toca el timbre y saluda, que vamos a pasar al lado de tu vecina.


Paula se rió, tocó el timbre y saludó con la mano. El tándem se desvió un poco y él intentó corregirlo con su manillar, con lo que estuvieron a punto de volcar. La señora Feldman levantó la vista y, ajena a los problemas que estaban teniendo con la bici, sonrió y saludó con la mano. Dejaron atrás casas con nombre propio en placas colocadas a la entrada: Bide Awhile, Casa Costillota, The Cliff House, Eagle’s Rest… a veces se podía ver la casa desde la carretera; otras, solo extensiones de césped, árboles, el lago, alguna pista de tenis o alguna piscina. Si se lo hubieran preguntado, ella habría dicho que Lakeshore Drive era llana, pero ahora que la estaba recorriendo a golpe de pedal, le estaba quedando bien claro que el recorrido hasta el pueblo ascendía. Se estaba quedando sin resuello.


–Soy una bocazas.


–¿Te cambio el sitio?


Se lo cambió encantada.


–Hay que fastidiarse. A tí te ha tocado la parte fácil –se quejó. La carretera había empezado a tener una leve inclinación hacia abajo.


–¡Mira! ¡Sin manos!


–Sujeta la bici, haz el favor.


–No. Suéltala tú también. ¡Vamos, Paula, vuela!


Y lo hizo, gritando como una loca cuando sintió que bajaban a toda velocidad, los brazos abiertos en cruz y la cara mirando al cielo.


–Un poco más despacio –dijo cuando los dos volvieron a poner las manos en el manillar. 


Se acercaba el final de la colina y la carretera giraba abruptamente a la derecha.


–¿Crees que no lo estoy intentando?


Se inclinó hacia delante y horrorizada pudo verle apretar las manillas del freno con todas sus fuerzas.


–¡Prueba a pedalear hacia atrás!


Pedro lo hizo, y ella también. La bicicleta no aminoró la marcha. Se acercaban a la última curva antes de Chaves Beach. Él bajó los pies al suelo para intentar frenar, y ella temió que pudiera partirse una pierna. Lo que consiguieron sus pies fue alterar la dirección de la bicicleta, y mientras la carretera describía una curva a la derecha, el tándem lo hizo a la izquierda. Abandonaron el asfalto y entraron en una zona de helechos. Paula salió despedida hacia él y juntos cayeron sobre las plantas, ella encima de él y la bici encima de ella. Pedro puso una mano con indecible ternura sobre su mejilla para preguntarle:


–¿Estás bien, Pauli? –le preguntó con tanta delicadeza que


Paula sintió que el corazón se le encogía.


–Sí, estoy bien. No lo he estado desde hace mucho tiempo, pero ahora me siento bien.


–Me alegro. Es perfecto. ¿Te había dicho dónde íbamos antes de que nos interrumpieran con tanta brusquedad?


–Creía que solo íbamos a dar una vuelta.


Apartó la bici, Paula se incorporó y se levantó. Sus pantalones no iban a sobrevivir a la experiencia: Tenía una mancha oscura en una pierna, seguramente de aceite, y un restregón de hierba en la otra.


–La verdad es que no. Íbamos a tomar un cóctel en el club náutico.


Ella lo miró. Debía de estar de broma.

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