miércoles, 16 de febrero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 64

Pedro respiró hondo.


–¿Recuerdas que, hace tiempo, te dije que había matado a un hombre?


–Con tus propias manos –susurró ella.


–No con mis propias manos, sino con mi egoísmo. Con mi crueldad. Con mi absoluta insensibilidad. Mi padre murió el día de Navidad.


–Oh, Pedro…


–Murió en casa, solo. Consiguió llamar pidiendo ayuda, pero para cuando llegaron, era ya demasiado tarde. Dijeron que fue un ataque al corazón, pero yo sabía que no. Que lo había matado yo.


–Por Dios, Pedro…


–Había matado a un hombre que siempre había sido bueno conmigo. Puede que no se le dieran bien las palabras. Quizás no le oí decir «Te quiero» más que un par de veces en toda su vida, pero solo él estuvo siempre a mi lado cuando nadie más lo estuvo, quien dio la cara, quien hizo cuanto pudo por atender mis necesidades, quien me enseñó el valor del trabajo duro y la honradez. Había renunciado a todo lo que él me había enseñado por un mundo superficial y vacío, y me odié por ello. Y odié a mi madre. Cuando me dijo que no tenía sentido que fuera al funeral, fue la gota que colmó el vaso. Me largué y volví a mi casa y al funeral de mi padre. Nunca volví con ella. No podía. Cuando intentaron obligarme a vivir con ella, me escapé. Así es como terminé en casas de acogida. Hace catorce años que no nos hablamos, y dudo que vuelva a hacerlo. He visto lo que hay detrás de su ropa, de su maquillaje y su peluquería, de su casa perfecta. Se dedica a interpretar papeles, y durante un tiempo yo fui su interpretación. Jugó conmigo a ser una madre divertida y genial, porque así se sentía bien consigo mismo, aliviándose del sentimiento de culpa que tenía por abandonarme cuando era pequeño. Pero detrás de esa fachada había una mujer mala y manipuladora, la persona más egoísta y narcisista que conozco. Me utilizó para satisfacer sus necesidades, y no quise volver a saber nada de ella. Pasé por unas cuantas casas de acogida, enloquecido por el dolor y la culpa. Hasta que llegué a ella, a Mamá Ana. Ella vió que estaba roto por dentro, y no intentó arreglarme. Solo me ofreció su amor. Le debo la vida.


El silencio que siguió fue muy largo. Ya se lo había contado todo. Ya sabía la verdad. Era un hombre que había matado a su propio padre.


–Cuando me dijiste, hace tantos años, que habías matado a un hombre con tus propias manos, creí que solo pretendías alejarme de tí.


¿Cuándo se había sentado a su lado? ¿Cuándo había puesto la mano sobre la rodilla?


–Quise decírtelo entonces, pero ví tu cara y decidí protegerme. Era lo que siempre le decía a la gente cuando pretendía protegerme y que me dejaran en paz. Añadí lo de «Con mis propias manos» para darle carácter.

No hay comentarios:

Publicar un comentario