miércoles, 23 de febrero de 2022

Irresistible: Capítulo 10

Pedro colocó las manos sobre las caderas.


–¿Y así, sin más, condenas a mi persona?


–No te estoy condenando –dió un paso atrás–. Pero eres un soltero convencido ¿No?


–No hay nadie más convencido que yo.


–¿El matrimonio es...?


–Una fea palabra.


–Yo, sin embargo, soy una chica romántica y creo en el matrimonio, los hijos, y todo eso. Es lo que quiero.


Paula trató de reírse, pero no lo consiguió. Al ver que Pedro continuaba mirándola de pie, con las piernas separadas, se fijó en cómo sus pantalones remarcaban la musculatura de sus poderosos muslos. Deseaba mirar hacia otro lado, pero no lo consiguió.


–¿Quieres decir que no te has ganado esa reputación?


–Te digo que es algo irrelevante.


«¿De veras?». Ella no tenía mucha experiencia con los hombres, pero la semana anterior, en el despacho de su padre, se había percatado de que Pedro la observaba cuando creía que ella no lo veía. Notó que posaba la mirada en sus piernas y que la deslizaba por su cuerpo hasta llegar a sus labios. Al sentir que la inundaba una ola de calor, recordó que aquello suponía peligro.


–O sea, que nos limitamos al trabajo ¿No?


–Eso es –confirmó él.


–¿Te gusta la sinceridad, Pedro?


–Sí.


–Entonces, he de decirte que ir por ahí medio desnudo no me parece un gesto muy profesional.


–¿Te molesta que vaya sin camisa?


–Sí.


Pedro apretó los labios, dió media vuelta y salió de la habitación. Momentos después regresó con una camiseta suelta que le llegaba por debajo de la cintura. Ella se mordió el labio inferior. ¿Lo había ofendido? No podía permitirse tal cosa. Necesitaba su apoyo para conseguir montar el restaurante de sus sueños. Necesitaba sus buenos consejos para conseguir que su padre se sintiera orgulloso de ella. Si él le decía a su padre que era estúpida... Tragó saliva y murmuró:


–Gracias.


Él no contestó. Al cabo de un momento, comentó:


–Te he dejado el dormitorio principal.


–Eres muy amable –dijo ella.


–Quizá cambies de opinión cuando lo veas.


Su comentario no parecía muy prometedor.


–¿Eso es todo tu equipaje? –señaló las bolsas–. ¿O abajo tienes más?


–No son mías, son del gato –su equipaje seguía en el coche.


–¿Cómo?


Ella le dió una patada a una bolsa.


–Tenemos comida deshidratada, comida enlatada y comida especial. Incluso hay chocolate para gatos.


Pedro la miró asombrado.


–Además, hay una cesta, sus mantas y sus juguetes. Este gato tiene incluso un DVD para cada día de la semana. Se supone que tengo que ponerlos en modo de reproducción continua cuando me vaya de casa, para que no se sienta solo. Es el gato más mimado de todos. ¿Crees que podrás soportarlo?


–Sí –murmuró entre dientes.


–Dime que hay un reproductor de DVD en el departamento o si no tendré que ir a casa a recoger el mío.


–Hay un reproductor.


Pedro se metió las manos en los bolsillos. Se había puesto una camiseta, pero Paula recordaba a la perfección la musculatura de sus pectorales y de sus abdominales, y el calor de su piel contra su mejilla.

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