viernes, 4 de febrero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 43

 –La gente no hace más que llenar sus vidas de cosas y más cosas. ¿Qué es lo que quieren calmar con eso?


–La soledad, quizás –respondió casi sin pensar–. Sentirse menos solos –reflexionó, sorprendido.


–Para no sentirse solos, hay que hacer algo por los demás.


–Yo lo estoy haciendo. Quiero hacer algo por tí.


–Deberías hacer algo por Paula.


¿No era eso lo que había decidido? Pero el beso lo había cambiado todo.


–Creo que está enfadada conmigo.


–¿Y eso te detiene? ¿Solo eres capaz de ofrecer tu mano si vas a llevarte algo a cambio? ¿Por qué está enfadada contigo?


–No lo sé. Bueno, ya sabes que tuvimos algo el verano antes de que yo me marchara. Yo sabía que no podía venirse conmigo. Ella tenía su vida aquí, y las semanas que estuvo conmigo la indispusieron con sus amigos y con su familia. Su padre le amenazó con hacer que me detuvieran, de tan cabreado como estaba. Los dos éramos jóvenes y estúpidos. ¿Cómo iba a poder funcionar?


Mamá guardó silencio, y al rato dijo:


–La dejaste para que pudiera seguir con la única forma de vida que había conocido. A lo mejor eso fue amor, ¿No, schatz?


Inesperadamente le cegó una imagen de cómo había sido estar con Paula. Despertarse con una sonrisa en los labios, necesitando estar con ella, sintiendo un fuego interior que era la sensación de estar vivo.


–No estoy seguro de ser capaz de tanta nobleza –suspiró–. Quería de mí más de lo que yo podía dar.


–Ah.


–A lo mejor no es conmigo con quien está enfadado. Me parece que su prometido se le ha llevado un buen mordisco de autoestima. Y sé también que algo pasa con sus amigos de siempre. Me molesta que esa idiota de Malena Johnson se crea mejor que ella.


–No. Lo que te molesta es que Paula le permita hacérselo saber.


Se le estaba poniendo dolor de cabeza. Todo aquello era demasiado hondo y complicado para un tío como él.


–Antes no me has contestado, Mamá. ¿Estás enferma? –le preguntó, y aún se atrevió a más, a pesar de la angustia que le provocaron sus propias palabras–. ¿Vas a morirte, Mamá?


–Sí, schatz. Más tarde o más temprano, todos morimos. Desde el momento en que nacemos, nos encaminamos hacia nuestro final.


¿Por qué todo el mundo se sorprende tanto cuando llega ese momento? ¿Por qué todo el mundo malgasta tanto tiempo, como si fuera algo infinito, cuando es la más finita de todas las cosas?


–No lo sé.


–Haz algo bueno por Paula. Te sentirás mejor. Y envíale una tarjeta a tu madre.




Paula estaba sentada en el pantalán trabajando en el portátil. Su madre le había enviado un correo desde África con una fotografía adjunta. Parecía feliz. No iba bien peinada y el sol le había achicharrado un poco la piel. Lo del pelo era llamativo, porque no la recordaba despeinada, y de ella nunca habría dicho que fuera una persona feliz. Tenía varios mensajes más en la bandeja de entrada, dos más de gente del instituto que le decía que no, que no iba a poder asistir a la gala.


–¡Eh, Pauli! –Pedro estaba al otro lado del pantalán, mirándola entre las tablas de la barandilla. Habían pasado varios días sin verse–. ¿Hablas sola?


Menos mal que aquella vez no estaba en pijama. El corazón se le aceleró y las mejillas se le arrebolaron al comprobar, una vez más, lo increíblemente guapo que era. Y sexy. Pedro no esperó a que le contestara.


–No has hecho muchos progresos con la pintura.


–Es que ya no estoy segura de querer ese color –respondió un poco de mala gana.


–Ven a ver lo que he encontrado en el cobertizo de Mamá.


Lo que llevaba, que podía ser cualquier cosa, desde una serpiente a una tabla de lavar, era la estructura de un tándem. En su origen debió de ser dorado, pero ahora estaba lleno de herrumbre. Los asientos estaban resquebrajados.


–Si prometes no besarme, te llevo a dar un paseo.

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