miércoles, 2 de febrero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 36

No quería engañarse: Esa nueva vibración no tenía nada que ver con el cine, ni con la compra. Ya no era una adolescente para la que la compañía de Pedro tornaba todo en una realidad mágica. Pero entonces era una inocente. Él mismo le había recordado que antes creía en cuentos de hadas. Que era una romántica incurable, una soñadora, una optimista. No estaría mal poder comprobar cómo era Pedro de adulto y conseguir derribarlo del pedestal al que lo había encaramado cuando no era más que una cría. Estaría bien poder comprobar cómo se sentía ella, ya una mujer adulta, en su compañía.


–Recógeme en la puerta dentro de diez minutos.


¿Dedicaría mayor cuidado del habitual a lo que se iba a poner? ¡Por supuesto! Era humano desear, por un lado, romper la fascinación que sentía por él y, por otro, que la que él pudiera sentir por ella aumentara. Quería ser ella quien ocupara la posición que propiciara el cambio. En realidad, ese había sido siempre su problema: Que le había dado demasiado poder sobre su vida a los demás. Que se había dejado la piel intentando obtener su aprobación. Si tenía un defecto capital, era el de confundir la aprobación con el amor.


–¿Sabías que dicen que la elección de coche revela mucho de su propietario? –comentó Pedro poco después cuando iban ya de camino al pueblo.


Paula miró su coche, un compacto de seis años de un indefinible color gris, y frunció el ceño. La verdad es que era un reflejo casi perfecto de la vida que parecía estar reevaluando.


–Es seguro –lo defendió.


–De la lista de cosas que haces para divertirte, ya puedo tachar conducir.


–¿Qué coche tienes tú?


–¿Tú qué crees?


–Un deportivo que se traga el doble de lo que te corresponde de los recursos del planeta.


–Pues aciertas. Tengo dos coches: Un deportivo y un monovolumen que me viene de perlas para llevar el equipo.


–Rojos, ¿A que sí?


–Por supuesto. Uno es descapotable. Te gustaría.


–Ostentoso.


–No me gusta ser ostentoso –respondió–. Solo quiero que entre con facilidad en el aparcamiento. Están siempre abarrotados.


Montaron en el coche, y Paula no le invitó a conducirlo. No es que su coche fuera a desilusionarle después de lo que tenía por costumbre conducir, sino que no iba a permitirle tomar las riendas. Un detalle, sí, pero esperaba que revelase también algo de él.


–Me alegro de que me acompañes –le dijo para romper el silencio que se había creado tras su comentario sobre lo ostentoso de un descapotable rojo.


Su actitud se suavizó. ¿Qué sentido tenía seguir molesta con él cuando, al fin y al cabo, había sido precisamente él quien había requerido su compañía? Lo miró. Estaba leyendo la lista de la compra con el ceño fruncido.

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