miércoles, 9 de febrero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 53

 –Mis primeras ventas fueron de ese tipo de canoas. Era difícil ganar dinero con ellas por la cantidad de trabajo que requerían, pero me encantaba hacerlo. Empecé a tener más pedidos de los que podía atender, de modo que comencé a fabricarlas. Poco después, empecé a experimentar con kayaks, y logré diferenciarme del resto en dos cosas: Primero, en una pintura que nadie había visto nunca. Hasta entonces eran todas verdes, rojas o amarillas, dentro de tonos propios de la naturaleza, y empecé a decorarlas con otra clase de dibujos, más locos, que llamaron la atención de otro sector del mercado.


A pesar de que le gustaba oírle hablar de su negocio, no le parecía una conversación lo que se dice íntima.


–La otra es que, al comprar una de nuestras canoas, entras a formar parte de una comunidad. Así se mantienen en contacto conmigo y con otros usuarios. Terminé por tener que hacer una página web con noticias, redes sociales y todo eso. No era consciente de que me estaba embarcando en algo que se iba a convertir en una mina de oro del marketing. La gente no solo compraba una canoa, sino que entraba a formar parte de algo. Parte de Wild Side. Todo el mundo quiere pertenecer a algo.


–Es un tanto irónico, ¿No? Porque tú precisamente no parecías desear pertenecer a nada.


–Supongo que no encontré en Chaves Beach nada a lo que desear pertenecer.


Paula se volvió a mirar por la ventana.


–Me ha sonado mal incluso a mí –se corrigió.


–No pasa nada. Yo no fui más que un devaneo de verano. Estoy segura de que encontraste cosas mayores y mejores. Vamos, que no me cabe duda.


–Es cierto que he logrado llegar a ser un hombre de negocios con gran éxito, pero nunca se me han dado bien las relaciones, Paula. No he mejorado con el tiempo, porque la gente sigue queriendo algo que yo no puedo dar.


¿Era una advertencia o un ruego? Se volvió a mirarlo.


–¿Y qué es?


–Quieren conectar conmigo a un nivel profundo y significativo – dijo, con esa sonrisa suya desafiante–, y yo solo quiero divertirme.


Esa sonrisa no la engañó.


–Suena a que estás muy solo.


–Busco alguien que me rescate –bromeó.


Paula volvió a mirar por la ventanilla. La vista era hermosa: Agua, tierra y cielo. Pedro siempre había sido así: En cuanto las cosas amenazaban con llegar hondo, encendía el brillo de su sonrisa y con eso se escapaba.


–¿No vas a intentar rescatarme, Pauli?


–No –contestó y volvió a mirarlo–. Te voy a regalar un gato.


–Las últimas tres plantas que tuve en casa se me han muerto.


–Vaya. Has conseguido llevar la fobia al compromiso a una nueva dimensión. ¿Ni siquiera eres capaz de cuidar de una planta?


–Me temo que no, así que lo del gato no es buena idea.


–Eso parece –suspiró. 


Pero de pronto cayó en la cuenta de que estaban en un avión, y que Pedro no podía escapar aunque quisiera. A lo mejor era el momento de meter el dedo en la llaga.


–Siempre me ha parecido que te mantenías al margen de todos los demás deliberadamente, casi como si te burlaras de la superficialidad de la gente.


–No sé si la palabra «Burlarse» es la más adecuada. Siempre me ha gustado estar solo. Sigue gustándome más que nada irme con una tienda a orillas de un lago donde no se vea un alma.


–A mí me parece que alguien ha debido de hacerte daño.

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