miércoles, 15 de junio de 2016

Propuesta Arriesgada: Capítulo 35

Paula trataba de salir de la cama cuando Pedro regresó, se sentía cansada y no podía moverse rápido.

—¿Vas a salir? —preguntó burlón.

—Sólo de la cama —se sentó en la orilla—. ¿Esa es la pomada? —tendió una mano para recibirla.

—Me parece que te ofrecí ponértela.

—No, gracias —todavía tenía la mano tendida.

—¿No?

—¡No!

—¡Qué lástima! —levantó los hombros, resignado—. ¿Te bañaste otra vez?

—No tuve tuerzas —confesó.

—De cualquier modo necesitas sumergirte en agua caliente. Anda, hazlo antes de ponerte la crema.

—Pero voy a molestarte…

—No —él sacudió la cabeza—, voy a subir a mi estudio.

—¿Ahora? —ya era más de la una de la mañana.

—Sí —él asintió—. Tengo una inspiración repentina para pintar. En realidad, la urgencia es básica —sonrió con burla—. Por bien de la amistad y de la paz del espíritu, creo que sería mejor gastar mi energía pintándote y no haciéndote el amor.

—¿Todavía intentas pintarme? —la chica se ruborizó.

—Si me das permiso, sí.

—¿Desnuda?

—Sí.

—Ya veo —se mordió el labio inferior—, no puedo hacerte desistir.

—¿Quieres que desista? —su voz era profunda.

Paula lo miró hipnotizada sentarse junto a ella, y sintió el calor de sus brazos al rodearla por la cintura.

—¿Quieres que desista, Paula? —le preguntó al oído.

—Creo que voy a aceptar tu sugerencia y me bañaré; considero necesario descansar en la tina un rato.

—Estaré en el estudio si me necesitas —dijo con brusquedad. Se detuvo en el umbral de la puerta—. ¿Tengo tu autorización para pintarte?

Paula fingió estar concentrada recogiendo sus cosas para el baño de tal modo que no lo miró.

—Sí —se relajó suspirando en el momento que Pedro salió. Él no había controlado muy bien sus emociones, una palabra o un gesto de aceptación por parte de ella y le haría el amor.

Pedro estaba irritable al día siguiente. Paula estuvo expuesta a su mal carácter desde el momento que él entró en la cocina.

—No voy a desayunar —dijo, enfadado, sirviéndose café antes de sentarse.

—Pero ya está preparado el desayuno —se había levantado temprano para hacerlo.

—Dije que no quiero —se levantó con violencia.

—Pero…

—¿Dormiste bien anoche? —interrumpió él con brusquedad.

—Sí, gracias, ¿y tú?

—Una vez que la tormenta pasó, sí.

—¿Tormenta? —parpadeó, asombrada—. ¿Qué tormenta?

—La de anoche —contestó con frialdad.

—Pero yo no oí nada.

—No podrías oírla, era eléctrica.

—¡Como la que pintaste! —exclamó emocionada. Recordaba el cuadro, el cielo oscuro de pronto se iluminaba con una luz rosa, el momento preciso capturado por la experiencia del talento experto de Pedro.

—Sí —no correspondió la sonrisa de ella.

—¡Qué lástima, me la perdí!

—No te preocupes, habrá otras. Tenemos muchas tormentas de este tipo y no siempre son tan silenciosas. Por lo general hay truenos y a veces lluvia —se dirigió a la puerta y tomó su sombrero.

—¿Adónde vas? —le preguntó.

—A montar.

—¿Puedo ir contigo?

—Dudo que sea buena idea, ¿cómo te sientes? —la miró burlón.

—Mejor; me gustaría ir contigo, créeme.

—Haz lo que quieras —levantó los hombros.

Esa pareció ser su actitud hacia ella durante los siguientes días. Paula procuraba al máximo no causarle molestia alguna y hacía lo mismo que cuando estaba con Alberto.

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