lunes, 13 de junio de 2016

Propuesta Arriesgada: Capítulo 31

—Claro que sí.

—Entonces, lo acepto —tomó la taza agradecida, sabía que una bebida caliente saciaría su sed.

—Creo que vamos a tener una tormenta —Pedro se levantó para mirar por la ventana.

—¿Una tormenta? —Paula lo siguió y vio el cielo azul. Sacudió la cabeza y dijo—: No creo.

—¿Quietes apostar?

—No —ella esbozó una sonrisa—. Te creo.

—¿Ya me perdonaste? —le preguntó con suavidad.

—No hay nada qué perdonar, sólo te desquitaste del golpe que te dí —se volvió hacia la cama.

—No hablaba de eso, de hecho yo merecía mi bofetada pero pensé que ibas a ponerte histérica cuando te diste cuenta de lo que había dicho.

—La clásica excusa.

—Tú crees que merecías…

—Sin duda —lo miró orgullosa.

Pedro sonrió.

—Me estás perdonando, yo nunca había golpeado a una mujer, pero tú me hiciste disgustar. Pensaba que ibas a pasar varios días aquí encerrada y furiosa.

—Ese no es mi estilo, además no voy a estar aquí mucho tiempo.

—Dos semanas…

—No —dijo con firmeza—, debes saber que me marcharé enseguida. Pensé hacerlo sin avisarte, pero…

—Ese tampoco es tu estilo. No hay necesidad de que te vayas, Paula. Te dije que no te pediría una relación más íntima y no lo haré.

—Tal vez —dijo con indiferencia—, pero ésa no es la razón por la que me voy. Todo lo que me dijiste esta mañana es cierto. Me he dejado vencer para comerciar con mi cuerpo y así regresar a mi país —se alejó de él—. Fue horrible y… degradante.

—Paula…

—Déjame terminar, por favor. Acepté tu proposición…

—La cual hice porque pensé que tenías experiencia.

—Porque me sentía desesperada. Estaba perdida, sola y tú parecías estar ofreciéndome tu mano amiga.

—Lo comprendo, Paula —la tomó entre sus brazos acariciándole la cabellera—, necesitabas a alguien que te cuidara, yo lo sabía y aun así me atreví a lastimarte.

—No…

—Sí —insistió—, te he lastimado y no era ésa mi intención —suspiró—. Desde el momento que te conocí percibí tu necesidad de cariño. ¡Oh, Dios mío, me pareciste tan tierna! Yo habría cuidado de tí y te habría dado el amor y la atención que necesitabas.

Paula notó que hablaba en pasado, ¿significaría eso que también él había decidido que ya no podía quedarse en su casa?

—Ayer… —continuó diciendo él—, bueno, ayer tú me excitaste tanto —levantó los hombros con tristeza—. Luego me dijiste que Alberto había sido sólo tu padrastro y yo sabía que me estabas diciendo más que eso, que no había existido nadie más en tu vida. Sólo ví luces, no por la frustración sino porque estaba sufriendo. ¡Dios sabe que era agonía! Estaba disgustado por la manera en que te habías abaratado. Me preguntaste que si el hacerte posar era una lección como la de esta mañana… Bueno, lo era en cierta forma. A tí no te gustó la manera como te traté, odiabas que te tocara.

—¡Tú sabías que me molestaba! —protestó, asombrada.

—¡Por supuesto que lo sabía! —contestó impaciente—. Pero me dió gusto saberlo, porque me mostró que todavía te respetabas. Cuando te levantaste y te vestiste estuve a punto de besarte.

—Pues, ¡qué bueno que no lo hiciste! —pasó saliva con dificultad—, tal vez te habría golpeado.

—Pero ahora estás sobre todo eso, ¿no es cierto? —preguntó con amabilidad.

—Creo que… sí.

—Entonces, no hay razón para que te vayas. Podemos empezar de nuevo, como amigos, ¿qué te parece?

Paula sabía que una vez que este hombre le había dado su mano amiga, no la retiraría jamás. Sin embargo, aún tenía sus reservas y dudaba que diera resultado lo que él proponía.

—No creo…

—Nunca te volveré a pegar, Paula —Pedro interrumpió con dulzura—. Creo que eso sucedió porque los dos sufríamos la frustración. Fueras consciente o no y siendo la nena que eres, tal vez tú no puedas ir muy lejos en el amor sin que hayas recibido una acumulación de tensión sexual, creo que al golpearnos, hemos disipado un poco esa tensión.

—¿Es el amor tan malo? —Paula sonrió.

—No, entre las personas adecuadas puede ser maravilloso. Anoche no era el momento para nosotros.

A Paula no le gustó la implicación de que habría un momento adecuado.

—Todavía no estoy segura.

—Claro que lo estás. No quiero oír que te vas, además. —añadió con una amplia sonrisa—: ¿qué haría yo con dos billetes para Londres?

—Oh, sí —la joven también sonrió.

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