lunes, 27 de junio de 2016

La Usurpadora: Capítulo 17

Paula no supo qué pensar de todo el asunto, se quedó pasmada en la cabina telefónica hasta que una persona, molesta, en el exterior comenzó a golpear en el vidrio. Lentamente salió, confundida por lo que le acababan de decir. Le pareció un desaire y considerando que Priscilla fue la que quiso que se reunieran, pensó que no era cosa de ella. Sólo podía haber una persona detrás de eso… ¡Pedro Alfonso!

Esperó que la otra persona saliera de la cabina telefónica antes de llamar a la oficina de Pedro. La secretaria le dijo que no estaba disponible, que dejara el mensaje. ¡Lo que ella tenía que decirle a Pedro, no podía ser repetido por una tercera persona!

—¿Puede decirle que llamó Paula Gonzalez? —dijo antes de colgar.

Para no sentir que había perdido del todo su tiempo, fue a dar un paseo por uno de los parques, sorprendida de encontrar paz y belleza en medio de una ciudad con tanto ajetreo. El aire fresco le hizo bien, abriéndole el apetito para la cena. Se había dedicado a pasar las veladas tranquilamente en casa con sus tíos, quedando como amiga de Ezequiel, pero sin aceptar ninguna más de sus invitaciones. Después de todo, estaba allí para descansar y durante el día hacía bastante ejercicio. Estaba viendo una película por televisión cuando su tía le dijo que tenía visita.

—Llévalo a la sala —dijo su tía en un susurro—. Está más arreglada.

Paula no se sorprendió al ver quién era. Tenía que ser alguien importante para que su tía sugiriera que lo llevara a la sala.

—¿Sí? —la actitud de Paula fue amigable mientras luchaba para no sentirse incómoda.

—Espero no haber llegado a una hora inconveniente.

—Nada de eso. Quizá no me entere de quién fue el asesino, después de estar viendo la película durante hora y media pero, ¡eso qué importa! —su sarcasmo fue inconfundible.

—Mi secretaria me dice que telefoneaste.

—No esperaba una visita personal como respuesta a la llamada.

—Y no la estás recibiendo. Andaba por el rumbo y pensé que sería oportuno venir a explicarte la razón por la que Prisci te dejó plantada esta tarde.

—Creo que puedo adivinarlo.

—Lo dudo. Prisci sufre de jaquecas. Tuvo una esta tarde.

—¡Estoy segura!

—No tengo la costumbre de mentir.

—Una o dos veces no lo hace un mentiroso habitual.

—Estoy seguro de que Prisci  te llamará mañana para explicarte por qué no pudo encontrarse contigo.

—Sé que lo hará. Probablemente usted le dió buenas instrucciones —se estaba portando como una niña y lo sabía—. Pero no fue idea mía eso de vernos, señor Alfonso. Priscilla parecía estar preocupada por algo… y creo que puedo adivinar lo que era —dijo desdeñosa.

Él movió la cabeza de un lado a otro.

—¿Por qué tuviste que aparecer en nuestras vidas? —murmuró como si hablara consigo mismo, sin esperar respuesta—. Eres una complicación que no necesito.

—No se preocupe, señor Alfonso. Otra semana y me iré tan repentinamente como llegué.

—No lo creo.

Paula dió un paso atrás, aliviada de alejarse de aquel hombre que la perturbaba.

—Sí me iré, señor Alfonso —le aseguró.

—No. ¿Te gustaría ver a Prisci mañana? —preguntó de pronto.

—Yo… si se siente mejor… —Paula asintió, aturdida.

—Se sentirá mejor, lo suficiente para verte —sacó una tarjeta y escribió en la parte de atrás—. Ve mañana a las doce y media a esta dirección. Es la casa de Prisci—le explicó y le dió la tarjeta—. Le gustará almorzar contigo.

—¿Me está animando a que la vea?

—¿Por qué no? Estoy seguro que se encontrarán de todas maneras.

—Sí.

—Entonces ve a almorzar.

—¿Usted estará allí?

—Me temo que sí. ¿Eso te impedirá ir?

—¡Por supuesto que no!

—Muy bien. Mañana a las doce y media —Paula lo acompañó a la puerta.

—Allí estaré.

Pedro hizo una venia y la joven tuvo que controlarse para no azotarle la puerta en la naríz.

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