domingo, 12 de junio de 2016

Propuesta Arriesgada: Capítulo 24

Paula rompió récord al vestirse tan rápido. Cuando salió de la habitación todavía escuchaba el ruido del agua en el baño, tomó la maleta y la llevó a otro dormitorio. Después de todo Pedro no le había dicho que dejara la casa, sólo su habitación.

Iba a ser vergonzoso enfrentarse a él, pero tenía que hacerlo. Siempre había huido de situaciones difíciles y sin embargo, se había metido en ésta a sabiendas de lo que le esperaba. Anduvo vagando por la antesala y de pronto: ¡Fuego! ¡la casa se estaba quemando!

—¡Pepe! —corrió y abrió la puerta del baño—. Pepe…

—¿Qué demonios quieres ahora? —la miró con frialdad.

—Pepe ¡la casa se está quemando! —ella lo tomó de un brazo y lo llevó a la antesala.

—¿Qué? —se colocó una toalla en la cintura antes de salir—. ¿En dónde?

—Afuera —señaló hacia donde había visto humo segundos antes.

—¿Afuera?

—Sí, ven a ver. Yo pensaba que te interesaría más saber que tu casa se está quemando ¡Vamos! —tiró del brazo de Pedro una vez más.

Él la miró con ternura.

—No, tú ven a ver —la guió hasta el patio y abriendo la puerta dijo—: Ahí está el incendio.

Paula se sonrojó al ver la hornilla y las brasas calientes.

—Yo la encendí para asar carne —explicó Pedro con paciencia—. Pero me falló — agregó con sarcasmo al mismo tiempo que cerraba la puerta—. La lluvia puso fin a mi idea.

Paula bajó la mirada, se sentía como una tonta.

—Lo lamento Pepe, pero en realidad pensé que la casa se estaba quemando.

La expresión colérica de Pedro desapareció con una sonrisa.

—Eres la chica más admirable que he conocido. Estoy seguro de que las próximas dos semanas no van a ser aburridas.

—¿Quieres decir que vas a permitir que me quede aquí? —Paula no pudo ocultar su asombro.

—Seguro —levantó los hombros resignado—. Puede ser que de vez en cuando te haga proposiciones indecorosas pero eso te lo advertí antes que vinieras.

—Sí, lo hiciste —contestó sonriendo con alivio de que no iba a ser arrojada.

—¿Crees que puedas soportarlo?

—Pues lo intentaré.

—Puede ser que hasta lo disfrutes —la abrazó.

—Puede ser —la joven se sonrojó.

—Yo sé que así será —se apartó de ella—. Ya bajé la carne de la camioneta, está en la cocina. Ve a trabajar, mujer.

—Sí, señor —contestó solícita.

Se puso a trabajar con entusiasmo.

Pedro regresó llevando ropa limpia casual y se sentó a la mesa.

—Huele bien —comentó.

—Eso espero… —ella se mordió el labio inferior—. La estufa me parece extraña.

Él se puso de pie para ver los alimentos que cocinaba.

—También los veo muy apetitosos, ¿demorarán mucho?

—Creo que alrededor de cinco minutos.

—Pero, ¿no estás segura? —le sonrió.

—No —ella hizo una mueca.

Él se sentó y tomó el café que le había servido.

—¿Quieres que hablemos ahora o más tarde? —la miró fijamente.

—¿Hablar? —Paula palideció.

—Como comprenderás, tenemos que hablar.

—¿Sí?

Me temo que sí. Como te habrás dado cuenta, la situación ha cambiado.

—¿Porque no voy a dormir contigo?

—Así es. Yo estaba ansioso de que compartieras mi lecho, pero ahora tengo que pensar en algo más qué hacer contigo.

—Limpiaré y cocinaré para tí.

—Sí, pero estoy seguro de que estás de acuerdo en que eso no amerita el pago que recibirás.

—Lo sé —estaba consciente del valor del billete—. Entonces, ¿qué esperas que haga? Si todavía quieres… aunque seas el primero… yo…

—No —interrumpió con firmeza—. Guárdalo para el hombre que ames. No, tengo una idea de lo que puedes hacer… querida, está saliendo humo de la estufa.

Los dos corrieron a abrir la puerta de la estufa y Pedro sacó la bandeja donde estaba la carne.

—No te preocupes, me gusta la carne bien cocida.

—¿Eso es cierto?

—Bueno… —él sonrió—, hay que poner menor temperatura la próxima vez.

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