domingo, 19 de junio de 2016

Propuesta Arriesgada: Capítulo 43

—Yo puedo cuidarme sola —protestó molesta—, siempre lo he hecho.

—Sí —él asintió—. Dile a Jonathan  que lo veré más tarde.

—Entra —Melanie invitó con amabilidad a Paula que miraba atontada la partida de la camioneta—. Vamos a tomar un café, estoy segura de que no has desayunado, Pedro debe haberte apresurado tanto para salir que apenas tuviste tiempo de hacer el equipaje —llevó a Paula a la casa.

—Yo… yo… —para su vergüenza, ocultó el rostro entre las manos y rompió en llanto.

Melanie la abrazó tratando de confortarla hasta que lo más intenso del llanto pasó.

—Ven, siéntate —dijo con suavidad—. ¡Los hombres! —añadió con disgusto una vez que Paula estuvo cómoda—. Extrañarlo, cuando en realidad todos pueden ver que se te parte el corazón por él.

—Yo… no…

—Oh, sí —ella insistió—, y él es un tonto, no se da cuenta.

—No quiero que se dé cuenta —Paula se limpió las lágrimas de sus mejillas—. ¿Me prometes que no le dirás nada?

—Pero…

Por favor, Melanie. No hubiera querido llorar ahora, lo que pasa es que…

—Lo amas.

—No…

—Sí —Melanie asintió comprensiva—. No te preocupes. Paula, yo no le diré nada. Si está tan ciego que no se da cuenta, entonces, tal vez no te merezca.

—Gracias —Paula le sonrió—. Bueno, ¿qué decías del café? En realidad Pepe me sacó de la casa temprano.

—Típico —Melanie sonrió—. Vamos a la cocina y podemos charlar mientras te preparo el desayuno.

A pesar de extrañar a Pedro, pasó un día agradable con Melanie, la bienvenida de Jonathan también fue amable cuando llegó por la noche a pesar de que estaba cansado y sucio.

—¿Cómo va? —Melanie preguntó ansiosa.

—Todavía hay llamas —se sentó con calma—. Están haciendo todo lo que pueden pero a menos que el viento cambie… no quiero ni pensar —se tapó los ojos con las manos.

—¿Y Pepe? —Melanie preguntó ansiosa.

—Todavía está allá —lanzó un suspiro—. No es que no haya nada que podamos hacer, pero…

—¿En dónde está Pepe? —Paula interrumpió de pronto, su expresión era tan desesperada como la de Melanie—. ¿En dónde está? —repitió, ya que ninguno de los dos se decidía a contestarle.

—¡Oh, Dios mío! —Melanie se mordió el labio inferior—. Yo… nosotros, tú sabes, Pepe no quiso preocuparte…

—¿Paula no lo sabe? —preguntó Jonathan, desalentado.

—No…

—No entiendo nada, Melanie —confesó Paula, nerviosa—. ¿Cuál es el motivo por el que Pepe no quiso preocuparme? y ¿en dónde está el? —preguntó con voz temblorosa.

—La tormenta de anoche —Jonathan suspiró—, ocasionó múltiples incendios forestales y uno de ellos viene hacia acá. La casa de Pepe y como consecuencia la nuestra, están en peligro.

—¡Oh, no! —la joven palideció—. Y… y Pepe está allá… tratando de detenerlo?

—No, no tanto como detenerlo —Jonathan hizo un gesto—. Está tratando de ayudar a los que están allá. Parece que no hay mucha esperanza, el fuego ya ha avanzado bastante.

—Pero tú mencionaste algo del viento —Paula miraba a uno y otro—, ¿no es cierto?

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