miércoles, 1 de junio de 2016

Volver A Amar: Capítulo 56

¡Como pudo haberse engañado a sí misma, y a Pedro, todos esos meses! No le temía, no le era indiferente, si es que alguna vez lo había sido. Amaba a su esposo, lo amaba con intensidad y deseaba verlo para decírselo, aunque la rechazara.

Siempre había sido honesto con ella, a veces hasta demasiado, así pues ella le pagaría con la misma moneda. Lo amaba, lo amaba.

Aquello la hacía sentirse viva; se sentía felíz, esperando su regreso. Si le daba una segunda oportunidad, ella… ¿ella qué? ¿Es que no seguía teniendo ese gran defecto que tanto la marcaba? Eso no había cambiado. El amar a Pedro no podía hacer eso; había amado a Antonio cuando se casaron, y tampoco sirvió de nada entonces. Pero había sido otra clase de amor, eso estaba claro. Había amado a Antonio como una adolescente, como una niña. Ahora amaba a Pedro con toda la emoción de adulto que residía en su cuerpo.

Cuando la llamó, el viernes por la tarde, para avisarle que volvería al día siguiente, sintió una extraña mezcla de emociones. Quería verlo de nuevo y, al mismo tiempo, temía lo que le diría a su regreso. ¿Qué tal si su "tiempo" lo había convencido de que su matrimonio no podía continuar?… Con toda seguridad que María Laura Benítez le habría ayudado a llegar a esa conclusión.

Su actitud al llegar a casa no le dijo nada de sus sentimientos o ideas; se veía muy cansado, como si la semana hubiera sido muy pesada para él.

Martina se mostró felíz de tenerlo en casa de nuevo, se arrojó a sus brazos, libre de toda tensión como la que Paula había demostrado cuando él la besó en la mejilla segundos antes.

Ahora lo miraba con ojos diferentes, con ojos de mujer enamorada, y veía lo increíblemente guapo que era, con aquella sensualidad en su mirada que inflamaba todo a su paso.

—Mamá ha preparado una cena especial —le informó Martina con orgullo—. Ha estado en la cocina toda la tarde.

—No tanto –negó Paula nerviosa, preguntándose si no sería necesario enseñar a Martina un poco más de discreción. Había pasado un par de horas en la cocina, preparando un pollo guisado y un pastel para postre, pero le desconcertaba que su hija revelara sus secretos.

Pedro  la miró agradecido y tomó a Martina en sus brazos.

—Entonces, será mejor que te dé tu regalo para que te vayas a la cama y nos dejes saborear esa deliciosa cena.

Martina  demostró su alegría por su muñeca y no puso objeción alguna cuando la enviaron a la cama, aunque se aferró a Pedro que se inclinó a besarla.

—¿No te vas de nuevo? —lo miró, con la misma mirada ansiosa que Paula le dirigió entonces.

—No —le aseguró él—. No te volveré a dejar. Si tengo que salir te llevaré conmigo, te extrañé demasiado para volver a dejarte.

Paula les dió la espalda para ocultar las lágrimas y bajó a dar los últimos toques a la cena.

Pedro  ya se había duchado cuando se le unió, minutos más tarde. Llevaba el cabello húmedo y su cuerpo olía a colonia; vestía unos pantalones marrón y una camisa color crema.

Paula le sirvió el primer plato, un paté que sabía le encantaba.

—¿De verdad lo dijiste en serio? —le preguntó mientras se sentaba frente a él.

Él arrugó un poco el entrecejo.

—¿El qué? —había estado frío con ella desde que llegó a casa y su tono distante no cambiaba.

—Que no dejarías a Martina, y a mí, de nuevo —él la miró a los ojos.

—¿Te importaría?

—Sabes que yo…

—No, Paula—suspiró—. No sé nada sobre tí y, a menos que quieras estropear esta deliciosa cena, te sugiero que lo dejemos hasta terminar.

Para Paula la cena ya se había estropeado; el tono de Pedro parecía indicar que había llegado a importantes decisiones durante su ausencia.

Cuando terminó de limpiar la mesa estaba tan nerviosa que podría estallar en cualquier momento. Ninguno de los dos había disfrutado de la comida y la conversación había resultado bastante sosa.

—Martina está dormida —le dijo al verla salir de la cocina.

Ella asintió.

—¿Te… te fue bien en Londres?

Él suspiró, con la mirada fija en el brandy que sostenía en la mano.

—No hubo ningún negocio en Londres; pero, bueno, ya lo sabías, ¿no es así? — la miró retador.

Ella asintió de nuevo.

—Lo… lo adiviné.

--Siéntate, Paula , creo qué ahora debemos hablar.

Ella se sentó, muy pálida. Lo que Pedro tenía que decirle podría cambiar su vida. Parecía estar poniendo sus pensamientos en orden y eligiendo las palabras con cuidado.

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