domingo, 12 de junio de 2016

Propuesta Arriesgada: Capítulo 22

—No intentes cambiar de opinión —la miró con severidad dejando caer la maleta—. No voy a conducir de regreso a Calgary y tú no podrás quedarte aquí sin compartir mi lecho.

—Pero no creo que pueda hacerlo —lo miró suplicante.

—Y yo no puedo estar aquí sin llevarte a mi lecho. Te quiero.

—Pero…

—Te quiero, Paula —replicó en voz baja poniéndose frente a ella y tomando su carita entre las manos—. Te quiero —murmuró antes de besarla.

Ella permaneció indiferente entre sus brazos. Esa tarde había tenido demasiadas impresiones para responder a los experimentados besos de él; pero ahora tenía que enfrentar su compromiso, sólo podía recordar a los hombres que por distintos motivos la habían utilizado en su vida, pero el dolor era igual de intenso.

Ella lo miró con frialdad cuando al fin levantó la cabeza.

—¿Otra lección? —su voz era fría.

—No —él la alejó de sí con violencia—. ¡Dios mío, no es de extrañarse que ese tal Alberto te haya echado si le respondías como lo acabas de hacer conmigo!

—¿Alberto? —lo miró perpleja—, pero si…

—Debe haber tenido más paciencia contigo de lo que yo puedo —dijo irritado—no me gusta ese tipo de juegos, Paula. Tú sabías lo que implicaba venir aquí cuando lo aceptaste. No está bien que trates de retractarte ahora. Esta es mi habitación, ésa es mi cama y más tarde, esta noche, la estarás compartiendo conmigo —estalló de cólera y salió del dormitorio, azotando la puerta principal segundos después.

Paula lo siguió con la mirada fija e incrédula. Él pensaba… él había dicho… ¡Cielos! Pensaba que Alberto había sido su amante. ¿Y por qué no? ¿Acaso le había explicado que era su padrastro?

Paula sabía que no, había estado demasiado ocupada auto-compadeciéndose. Fue a la cocina y preparó café. Si Pedro tardaba ella necesitaría algo que la fortaleciera. Un emparedado hubiera sido ideal pero no sentía confianza de servirse bajo esas circunstancias.

Después de tomar dos tazas de café cargado, su inquietud aumentó y se dispuso a vagar por la casa. Con seguridad Pedro estaba molesto pero no tenía derecho a salir y dejarla sola en ese lugar desconocido para ella.

¿En dónde estaría Pedro? La ira de Paula iba aumentando a medida que él no regresaba, seguro lo estaba haciendo a propósito para castigarla.

Luego, oyó un ruido arriba, Pedro había dicho que era su cuarto de trabajo. ¿Sería él o tal vez un intruso? Se maldijo por su viva imaginación. Claro que era Pedro, ¿pero qué estaba haciendo ahí?

Tal vez podría preparar la cena y sorprenderlo. Quizá si le mostraba lo útil que era, la dejaría quedarse de todos modos. Sin embargo, no encontró carne en el refrigerador, así que abandonó la idea.

Tenía calor y estaba incómoda y de mal humor por su incierto futuro inmediato, todo dependía del capricho de un hombre que podía ser encantador y a la vez arrogante y a veces un poco, cruel.

Paula regresó a la habitación y sacó ropa limpia de la maleta, la ropa que llevaba estaba sucia del viaje. Se daría un baño. ¡Era maravilloso! Se metió debajo de la ducha, su cabello mojado le caía sobre la frente. Había un champú en el baño que aunque no era su favorito le serviría.

Estaba aplicándose el champú cuando escuchó que la puerta se abría, ella se volvió abriendo los ojos y el jabón entró en ellos impidiéndole ver.

—¿Pedro?… —preguntó sorprendida.

—Sí —contestó él, despacio.

—Ayúdame… por favor —le rogó—. Se me metió el jabón en los ojos y… ¿me estás viendo? —preguntó asustada.

—No hay nada más qué ver, querida.

Paula se sonrojó.

—¿Podrías darme una toalla?

—Tengo una idea mejor —murmuró Pedro.

La puerta del baño se cerró. ¡Cielos, se había ido y la había dejado! De pronto sintió que una mano retiraba la espuma de sus ojos y cabello.

—¿Así está mejor? —Pedro preguntó con suavidad.

Los ojos ya no le ardían pero no los abrió.

—¡Vete por favor! —le rogó, temblando—. Por favor, tú… no… debiste haber entrado.

—Escuché el ruido del agua y pensé que sería divertido alcanzarte aquí, y lo es. Abre los ojos, Paula.

—No… —ella sacudió la cabeza, al sentir el cuerpo de Pedro que tan cerca de él la hizo temblar.

—Abre los ojos.

Paula obedeció de mala gana pero los cerró otra vez hasta que escuchó la risa de júbilo de él. Lo miró iracunda y rebelde, dispuesta a no sonrojarse sin saber que ya lo estaba.

Pedro estaba tan mojado como ella; el vello abundante crecía desde el pecho hasta la cintura que fue hasta donde la mirada de Paula pudo llegar, la parte inferior de sus cuerpos ya estaba unida.

—Debiste decirme que ibas a darte un baño… yo hubiera disfrutado mucho haberte enjabonado —sonrió.

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