lunes, 13 de junio de 2016

Propuesta Arriesgada: Capítulo 30

—Pero no lo has hecho…

—No, no lo he hecho, ¿verdad?

Paula lo miró.

—Esta sugerencia de posar desnuda, ¿era otra broma, Pepe, como el divertido incidente de esta mañana? —se zafó de las manos de él—. ¿Era una broma, Pepe?

—No, no era una broma —la miraba con frialdad—, no fue una broma, sino para hacerte reaccionar. Si no me hubieras dicho que sería el primer hombre en tu vida, yo te habría hecho el amor, ¿te das cuenta?

—Sí, pero no lo hiciste.

—No, porque imagine que con uno de nosotros que no te respetara era suficiente —dijo con desprecio.

—¡Eres un… desalmado! —Paula gritó al mismo tiempo que le daba una bofetada; no estaba preparada para la manera en que Pedro reaccionó, él levantó su brazo y la golpeó con el dorso de la mano.

—¡Te odio! —exclamó antes de salir corriendo hacia su habitación, por primera vez sin temor a Sheba que estaba de pie de la escalera, entró y cerró la puerta.

No recordaba que nadie le hubiera golpeado antes, ni su madre, ni su padre.

—Paula, Paula, abre la puerta —Pedro le pidió con suavidad.

Ella no contestó. Se proponía no volver a hablarle en su vida, por lo mismo, se marcharía de allí.

—Paula —repitió con dulzura—, déjame entrar, querida.

El uso de esa última palabra casi la hizo contestarle agresiva pero logró contenerse. No iba a darle el gusto de oírla.

—¿Serviría de algo pedirte que me perdones? —su pregunta quedó una vez más sin respuesta—. Ya voy a preparar el almuerzo —añadió con voz tentadora—, ¿quieres algo?

¡Que si quería! Tenía muchísima hambre, mas no cedería. Estaba contenta de no haber deshecho el equipaje ya que eso le ahorraría el problema de volver a hacerlo.

—¿Estás segura? —él insistió—, huevos con tocino, el sueño de un inglés o en este caso de una inglesa, según dicen.

¡Huevos con tocino! Se le hizo agua la boca al imaginárselos, pero no se daría por vencida.

—¿No? Bueno, en ese caso Sheba se quedará aquí afuera por si quieres compañía —lo escuchó darle órdenes al obediente animal.

¡Malvado! ¡No había nada que no supiera acerca de ella! Había adivinado que intentaba marcharse y por eso dejó afuera a Sheba para cerciorarse de que no lo hiciera.

Paula lo oía silbar en la cocina. El olor del tocino pronto llegó hasta donde ella estaba, era una tortura, su estómago gruñía protestando y no podía culparlo, el paseo de esa mañana le había ocasionado un apetito saludable.

—¡Cállate! —le ordenó, ya que seguía gruñendo.

—¿Dijiste algo? —preguntó burlón, desde el otro lado de la puerta.

—¡Oh, vete de aquí! Vete y déjame en paz.

—Pensé que habías dicho algo.

—¡Pues no!

—Está bien —la indiferencia se notaba en su voz, él regresó a la cocina.

Paula se acercó a la ventana, pero cualquier idea que se le ocurría para salir de ahí, pronto se desvanecía. Sólo estaban abiertas las dos ventanillas de abajo, había una red en el exterior que protegía de los insectos y medían sólo veinte centímetros, lo cual no era suficiente para salir por ahí. ¿Tal vez la lectura la ayudaría a no pensar en alimentos! Tenía en su bolso un libro que había comprado para leer durante el vuelo a Canadá, así que durante una hora su mente quedó alejada de la comida, pero al retornar a la realidad concluyó que eso no le ayudaba en absoluto. ¿Tal vez una siesta?

Al fin se quedó dormida, la falta de sueño de la noche anterior no le permitía hacer más que dormir. Despertó con el presentimiento de que ya no estaba sola, el olor a café le conformó su presentimiento y parpadeó varias veces al ver a Pedro sentado junto a ella.

—Hola cariño —la saludó con suavidad.

—Hola… digo… ¿que estás haciendo aquí? —se incorporó indignada y hubiera querido no haberlo hecho ya que su movimiento la acercó demasiado a Pedro—. ¿Cómo entraste?

Pedro sonrió.

—Abrí la cerradura, es muy fácil si sabes cómo hacerlo.

—Y es evidente que tú sabes —se sentó—. ¿Cuánto tiempo has estado aquí?

—No mucho —levantó los hombros—. Toma —le alcanzó una taza con café—, una ofrenda de paz —añadió perseverante.

La chica se sintió más tranquila al ver a Pedro en la habitación.

—¿Café? —preguntó con sarcasmo.

—A menos que prefieras vino o cerveza.

—No, gracias —hizo una mueca graciosa.

—Eso es lo que pensé —él le acercó más la taza. Paula torció la boca al ver su mirada de esperanza.

—¿Tiene azúcar?

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