domingo, 26 de junio de 2016

La Usurpadora: Capítulo 10

—Me temo que es culpa mía —reconoció Paula y se dirigió a otra parte del cuarto—. Las personas que están aquí se negaban a creer que yo no era Priscilla Chaves y ahora que ustedes llegaron… —encogió los hombros.

—¡Oh, qué fabuloso! —Priscilla aplaudió encantada—. ¿No es esto divertido, Pedro?

—Dudo que la señorita Gonzalez haya pensado lo mismo.

—¡Oh, Pedro! —Priscilla hizo un gesto.

Él volvió a mirar a Paula, sus ojos reflejaron una vez más su asombro al ver el parecido de ella con su prometida.

—Ofrezco disculpas por mi comportamiento de anoche. Debe usted haberme tildado de raro.

—Y usted debe haber pensado que yo era todavía más extraña.

—Realmente no.

—Pedro tiene la loca idea de que yo acostumbro coquetear con otros hombres —Priscilla rió—. ¿No es así, mi querido celoso?

Paula se sintió incómoda al observar cómo Priscilla se aferraba a Pedro. Resultaba fácil explicar esa sensación, porque era como observarse a sí misma… y supo que ella jamás podría actuar así con ese hombre tan arrogante.

Tal vez Pedro tenía razón en sospechar de Priscilla. Era seguro que el hombre del Soho, había sido más que un amigo para ella.

—Supongo que la señorita  Gonzalez no está interesada en lo que pienso o dejo de pensar. ¿No crees que debíamos ir a saludar a Cinthia nuestra anfitriona? Fue un desaire deliberado, pero a Priscilla pareció no importarle.

—No puedo perder de vista ahora a mi doble. Piensa en lo divertidas que podríamos estar, Paula —los ojos se le iluminaron de placer—. ¡Podríamos jugarle trucos terribles a la gente! —hizo que Paula se volviera hacia el espejo que adornaba el muro detrás de ellas—. Es increíble —agregó al ver el parecido entre las dos.

Y era increíble el parecido. Tal vez el pelo de Paula era un poco más claro y su piel más bronceada, pero fuera de eso, tenían la misma estatura, facciones iguales, inclusive los mismos dedos esbeltos, aunque en la mano izquierda de Priscilla, resplandecía un enorme brillante.

—Creo que la palabra adecuada es increíble —Pedro se paró en medio de ellas—. ¿Siempre ha sido así, señorita Gonzalez? —la pregunta casi fue una acusación.

—¿Trata de implicar que me hice cirugía plástica para parecerme a Priscilla? Puedo asegurarle que no fue así.

—Pues yo puedo asegurarte, Pepe, que tampoco me he hecho cirugía plástica —le dijo Priscilla a su prometido.

—Tomando en cuenta que te conozco desde que tenías diez años, eso es evidente. Pero debe haber alguna explicación para esto.

—No puedo pensar en una —Priscilla desechó la idea—. Ven Paula, iremos a demostrarle a Cinthia que después de todo no eres una mentirosa —tomó a Paula del brazo y se la llevó.

Paula estaba furiosa, sabía que no le simpatizaba a Pedro y que desconfiaba de ella.

—¡No hagas caso a Pepe! —Priscilla pareció leer sus pensamientos—. Sospecha de todo.

Paula no pudo olvidarlo con tanta facilidad, aunque Priscilla la llevaba de un grupo a otro, gozando la sensación que causaban.

—Debo regresar al lado de Pablo —insistió Paula por fin, al notar que tenía mucha dificultad en conversar con el taciturno Pedro, cuyos ojos azules como el acero jamás perdían de vista ni a Macarena, ni a ella.

Priscilla se mostró pesarosa.

—Y supongo que yo debo regresar al lado de Pepe —le lanzó una sonrisa radiante y de nuevo entrelazó su brazo con el de él, mirándolo con afecto.

—Creo que deberíamos irnos ya —le dijo Paula a Pablo.

—Pienso que no —para sorpresa suya, fue Pedro quien objetó—. Iba a invitarla a bailar.

A Paula le encantaba bailar, pero Pablo le aseguro que él no sabía. Y no le agradaba la idea de hacerlo con Pedro.

—Insisto en que deberíamos marcharnos ya.

—¿Acaso bailar una pieza la retrasará demasiado? —inquirió Pedro.

—Yo…

—Oh, anda, Paula —la alentó Pablo—. Cinco minutos no son mucha diferencia.

—De nada sirve discutir con Pedro—la misma Priscilla estuvo a favor del baile.

—Muy bien, me encantaría bailar, señor Alfonso.

—Pedro, por favor —la corrigió mientras la guiaba al lugar destinado a bailar, aunque algunas de las parejas a su alrededor hacían más que eso, porque el alcohol que habían consumido les corría por las venas. Paula se sintió bastante avergonzada por las cosas que sucedían.

— Ignórelas, por favor —aconsejó Pedro al ver su expresión escandalizada.

—Yo… eso es un poco difícil —contuvo el aliento al ver que un hombre le acariciaba los senos a su compañera de baile.

Pedro también lo vió y no se molestó en seguir bailando, sino que la tomó de la mano y la llevó a la puerta ventana que daba al jardín. Paula apartó la mano y lo miró cautelosa.

—¿Siempre actúa así? —preguntó con repugnancia.

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